El incierto futuro de los escoltas
La decisión del Gobierno vasco y de Interior de prescindir de estos efectivos podría dejar en el paro a 200 profesionales gallegos
Escoltas de empresas de seguridad privada en una protesta.
Los escoltas, una profesión que llevó a 200 gallegos a trabajar al País Vasco, se encuentran en peligro de extinción después de que el Gobierno de Euskadi prescindiera de parte de sus efectivos por la tregua de ETA, una decisión a la que ahora se suma el Ministerio de Interior. Como otros 5 millones de españoles, su futuro laboral se sume en la misma sombra que un día les protegió. Los hombres sin rostro se quejan de que sus esfuerzos no han sido reconocidos, cuestionan que ETA haya dejado de suponer un peligro para la sociedad y advierten de que prescinden de ellos simplemente "porque no hay dinero".
Comprar el pan en la panadería de siempre o tomarse un café en el bar de abajo de casa son rutinas que en muchos casos están vetadas a los escoltas. En cambio, cada vez que se suben al coche tienen que comprobar que no haya ninguna sorpresa bajo su vehículo, como le ocurrió a Ignacio, de la Asociación Española de Escoltas, quien en el año 2000 se encontró con un desagradable regalo: una bomba lapa.
Todo ese sacrificio, no obstante, ahora se queda en nada, o así lo sienten ellos, tal y como lo explica el gallego Manuel Fernández (nombre ficticio para salvaguardar su identidad), quien denuncia que unos 200 gallegos que trabajaban como guardaespaldas en Euskadi tendrán que buscarse otra ocupación y que además deberán hacerlo fuera de las fronteras vascas, donde es "imposible" encontrar trabajo tras ejercer una profesión que "te marca para siempre".
El alto al fuego de ETA, que ha traído alegría y tranquilidad a muchos escoltados, que por fin pueden atreverse a salir de un autoexilio impuesto y adentrarse con libertad en la calle, lleva aparejado plantearse qué ocurrirá con quiénes les seguían como una sombra. En 2008, asegura Ignacio, uno de los portavoces de la Asociación Española de Escoltas, existían unas 2.500 personas encargadas de velar por la seguridad de altos cargos y políticos en Euskadi y Navarra. Tras los recortes del Gobierno vasco y los aprobados ahora por el Gobierno central, no quedarán más que "unos 170". "El 90% se quedarán sin trabajo", afirma Ignacio.
Manuel, cuya familia reside en la costa de Galicia, da por hecho que formará parte de ese porcentaje el mes que viene, aunque advierte que lo sabrá en el último momento porque se lo "comunican de un día para otro". Tras ese despido, se asoma a un "panorama muy negro". "No se trata de que no haya motivos para tener escoltas, sino de que no hay dinero", explica. De hecho este escolta se cuestiona la tregua de ETA? "¿Dónde están las armas? ¿Se han disuelto?", se pregunta. La única respuesta que tiene asegurada es que pasará a formar parte de la empresa "más grande de España", "esa que está conformada por más de cinco millones de personas": el paro.
Aunque la Asociación Española de Escoltas, tal y como explica Ignacio, no es del todo pesimista respecto al futuro laboral de todos los escoltas que se quedan sin empleo y confía en que Interior colabore en su recolocación como vigilantes de los perímetros de las cárceles, en la protección de aeronaves y buques pesqueros, en el traslado de inmigrantes en situación irregular o como escoltas de las mujeres víctimas de la violencia de género. "Alguna de las propuestas seguramente cuajará, aunque tal vez no lo haga de modo inmediato", reconoce Ignacio, quien, en todo caso, destaca la necesidad de reconocer la figura del escolta como autónomo para que no tenga que depender de empresas intermediarias.
Manuel coincide en que, por ejemplo, ayudar a las mujeres que se encuentran "en riesgo real de agresión" es una opción a considerar, porque el Gobierno dispone de "pocos efectivos", pero cree que el problema de fondo sigue siendo el mismo: falta dinero. Este escolta –que lleva una década ofreciendo sus servicios como guardaespaldas habilitado– solo sabe que los "mandarán a la calle con veinte días por año y punto". "Aquí no pintamos nada. Volvemos para Galicia, y allí trabajo no hay mucho, con lo que estarás 24 meses en el paro. Es lo que queda", dice resignado. "No nos quejamos de que ETA se haya acabado, que no lo hizo, lo que nos parece mal es que nos traten así y lo único que exigimos es que nos paguen lo que nos pertenece", añade.
Antonio, que decidió dejar la profesión hace años para venirse a Galicia, da por sentado que seguir en el negocio implicará para muchos el hacer las maletas y emigrar. O bien a las grandes ciudades o bien al extranjero, ya sea a países en conflicto o al continente sudamericano, en el que existe una elevada demanda de estos servicios.
"En 2002, el año en que llegué a Euskadi, hubo 13 muertos. Pero gracias a nuestro trabajo después hubo muy pocos y la gente a la que mataron no llevaba escolta", explica Manuel. "Se salvaron muchas vidas", cuenta, mientras sus propias familias –la mayoría de ellas en Galicia, como solían hacer los emigrantes que buscaron fortuna en Europa desde los años cincuenta– "cada vez que había una bomba en Euskadi nos llamaban preocupadas hasta que les decíamos: "Esta vez a mí no me tocó".
Reciclarse en la seguridad privada"Yo me vine porque era ya la hora y no me arrepiento. Estaba jugándome el físico por cuatro perras y tenía que sopesar también mi vida privada. Empezaban a empeorar las condiciones laborales y te pagaban una miseria, al tiempo que se iba relajando la presión de ETA y había más gente trabajando de escoltas". Antonio Rodríguez (nombre supuesto para proteger su identidad) se refiere a su regreso a Galicia, hace ya varios años, antes de que estuviera en la agenda un posible alto el fuego de ETA.
Antes de eso, según reconoce, vivió una época en la que "se facturaba muchísimo porque se hacían muchísimas horas, hasta 16 al día". "No había gente y no podías dejar a los escoltados. Te podías meter en un berenjenal si les pasaba algo", explica.
Antonio, que en la actualidad ejerce como vigilante de seguridad en la sede de una institución gubernamental, es uno de los privilegiados, porque regresó a Galicia y encontró trabajo en una profesión relacionada con lo suyo cuando todavía no había proliferado toda la competencia que vino después. "La capacidad de absorción brutal que tenía el sector atrajo a gente de otras cualificaciones que no encontraba salida laboral en lo suyo, hasta que finalmente también este sector colapsó", explica, y ahora hace falta "voluntad política" para asegurar una salida a sus compañeros.
Además, a su juicio, el número de escoltas o vigilantes que se habilitan debería estar regulado y supeditado al número de plazas existentes, algo así como equilibrar la oferta y la demanda, y más en un trabajo que, como subraya, requiere una formación específica. Y es que los escoltas, además de tener que aprender a lidiar con una elevada presión psicológica, deben saber manejar las armas que llevan consigo y verificar la seguridad de un perímetro, incluyendo la vigilancia de posibles sospechosos que crean detectar. "Yo tuve que gastarme mucho dinero en cursos para ponerme al día", señala Antonio.
En todo caso, este exescolta se declara afortunado porque, aparte de tener trabajo tuvo "la suerte de conservar a su pareja". "El problema del sector es la gran cantidad de separaciones que se dan porque la situación es difícil de llevar", señala.
http://www.farodevigo.es/galicia/2012/04/08/incierto-futuro-escoltas/638717.html