Cuando el país de la nieve se tiñó de sangre María Crespo
El 22 de julio de 2011 el país de la nieve se tiñó de rojo sangre. Primero, una furgoneta bomba explotó en el centro de Oslo cerca de varios edificios gubernamentales, provocando la muerte de ocho personas. Apenas dos horas después Anders Behring Breivik, desembarcó vestido de policía en la isla de Utoya y asesinó a 69 personas.
Durante algo más de una hora, este islamófobo de 33 años recorrió la isla donde las juventudes laboristas celebraban su campamento de verano anual y disparó sin parar. Un asesinato por minuto. Como si estuviera ejecutando los mismos tiempos del marcador hambriento de un videojuego .
Los supervivientes recuerdan escuchar los gritos desesperados de súplica de los niños, algunos de sólo 13 ó 14 años, por encima de la lluvia. Muchos de aquellos jóvenes se lanzaron al agua para salvar su vida, pero murieron ahogados porque sus brazos no consiguieron llegar a la otra orilla.
En su juicio, Breivik afirmó que "no eran niños inocentes, sino activistas políticos, cómplices de la ola islamista que amenaza Noruega". Negó ser un enfermo mental y dijo, en varias ocasiones, que volvería a hacerlo de nuevo.
Lugares por los que no pasa el tiempoUn año después, el país sigue lamiéndose sus heridas. En algunos lugares, el tiempo parece haberse detenido. Como la Calle Grubbegata, justo delante del edificio gubernamental, donde explotó la furgoneta que Breivik había envenenado con fertilizante, aluminio y gasolina. Las ventanas siguen rotas, las oficinas desiertas y el humo blanco de los escombros parece ser el único habitante detrás de una valla de 650 metros de largo. Los edificios más dañados, tapados con plásticos, esperan aún que las autoridades elijan: restaurar o derrumbar.
Hace sólo unos días, el ministro noruego de Exteriores, Jonas Gahr Store, publicaba un contundente artículo en el diario 'International Herald Tribune'. "La última década nos ha enseñado que la ideología no basta para explicar por qué determinados grupos o individuos llevan a cabo inimaginables actos de terror. Los factores sociales y psicológicos juegan un papel determinante. Las posturas extremistas ganan adeptos porque en su discurso narrativo se identifican con las mayores injusticias y con los mayores enemigos de la sociedad".
Store afirmaba además que es un error que la Justicia trate estos horribles atentados como si fueran una excepción , y defendía que el autor de la masacre no merecía un proceso diferente. Ocultar al culpable, cerrar las puertas del juicio "deshumaniza al asesino y mina las lecciones morales y judiciales que debemos sacar de este caso", afirmaba.
Los supervivientes quieren que Breivik pase lo que le queda de vida entre rejas. Khalid Ahmed, de 32 años, esquivó a la muerte por muy poco. Su hermano, que estaba junto a él en la isla, fue unas de las víctimas del asesino. Khalid, somalí, emigrante y miembro del partido laborista, no quiere hablar de venganza. "Si lo matáramos, sería un héroe para otros extremistas, sería como un mártir . Hay que castigarle para que sea un ejemplo para todo el mundo. Yo confío en la Justicia de mi país", afirma.
Pero mientras ésta se pronuncia definitivamente (la sentencia se conocerá el próximo 24 de agosto), hoy el país vive uno de los días más tristes de su historia. Se espera que más de 100.000 personas acudan a la capital para participar en los eventos conmemorativos. Las familias de las víctimas acudirán también a Utoya, donde la sal de las lágrimas se mezclará con la del agua.
Cuenta la mitología nórdica que el dios Odín va siempre acompañado de dos cuervos, Hugin y Munin. Hugin es el pensamiento y Munin la memoria. Los dos recorrían el mundo buscando información, historias, leyendas, guerras. Al anochecer, se posaban sobre el Dios y le susurraban todo. Esta noche esos dos cuervos acompañan a todos los noruegos, susurrándoles que no olviden .
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El Mundo