http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/20090121/vizcaya/empresarios-noche-bilbao-sienten-20090121.html
Los empresarios de la noche bilbaína se sienten víctimas de una «cruzada» por parte del Ayuntamiento, al que acusan de perseguirles imponiéndoles trabas de horarios, ruidos, «y ahora de aforo». «Si realmente les preocupa la seguridad de los clientes, entonces, ¿por qué no controlan los locales de día en la Plaza Nueva y García Rivero?», dos tradicionales zonas de poteo de la ciudad, se pregunta Asier Madariaga, titular de la licencia del Hallberry, al que la Policía Municipal impuso en dos años 15.000 euros en multas por superar el aforo.
El local, que en la actualidad está cerrado al finalizar el contrato de alquiler a principios de diciembre, tiene 100 metros cuadrados y una capacidad legal para 49 personas. «El ascensor de Leroy Merlín tiene más aforo que mi local», bromea el hostelero. Cansado del «acoso» al que asegura sentirse sometido, sentencia: «Cuando no es la música, es el sonido... y desde hace dos años, el aforo. No quiero saber nada de Bilbao».
Los dueños de la sala Congreso, sin embargo, quieren «pelear» porque consideran «que no se está interpretando bien la norma». La madrugada del pasado domingo, la Policía Municipal abrió el segundo expediente contra el local, ubicado en la ribera de Uribitarte, por triplicar el aforo. Ellos -son cuatro socios, tres hombres y una mujer- entienden que las 156 personas que, según la normativa, pueden entrar a la discoteca son un número «irrisorio». La cifra se fijó en 1992, cuando se concedió la licencia de obras. Entonces «nadie se preocupaba por el aforo». La sala tiene dos puertas de emergencia que desembocan en una, por lo que se contabilizan como una única vía de escape, lo que también limita la capacidad.
El papel higiénico
Ubicado en un edificio industrial, se trata de un espacio diáfano de 240 metros cuadrados para público -sin contar barra, almacenes, baño y escenario- y cinco metros de altura. «Aquí lo único que puede arder es el papel higiénico, las paredes son de cemento y las escaleras, de hierro», dice uno de los dueños con sorna. El riesgo de incendio, por tanto, es «mínimo». Según sus cálculos, tomando como referencia un metro cuadrado para cada dos personas, deberían elevar el aforo hasta las 440 personas, que eran más o menos las que se concentraban el pasado fin de semana cuando entró la Policía.
Aseguran que «con 156 personas, el local está vacío y nos moriríamos de hambre». Los gastos que supone abrir el local -sueldo para 16 trabajadores directos e indirectos, entre camareros, porteros y gogós- no se cubrirían y tendrían que prescindir de «doce puestos de trabajo», advierten.
La noche bilbaína ha ido languideciendo; si antes abrían hasta los jueves, en la actualidad sólo hacen negocio los sábados y un poco los viernes. «En los últimos dos años nuestra facturación ha caído un 30%; antes había mucha gente y, sin embargo, ese problema no existía».
Con la sanción en las manos, se plantean como única solución subir el precio de las entradas a 30 euros -hasta ahora costaban 10- y convertir el local en «un bar de lujo para ricos». Temen que el próximo fin de semana se congreguen en la calle 300 personas en plena madrugada y generen «un problema de orden público».
Llevan quince años y aseguran que «quieren hacer las cosas como Dios manda», que cumplirán con la sanción, y que presentarán «pruebas», realizarán un simulacro de evacuación y diseñarán un plan de seguridad para incendio con lo que defender sus argumentos. Según fuentes de Urbanismo, lo que impide al Congreso ampliar el volumen de negocio no se refiere tanto al aforo como a la distancia mínima de 200 metros entre una discoteca englobada en el grupo 3b y otro local, aunque se trata de un bar. Un socio del Congreso se reúne hoy con un director técnico de Urbanismo para tratar el asunto.
Los empresarios de la noche defienden su papel en un Bilbao moderno. «No sólo estamos para ganar dinero, generamos empleo y colaboramos en ofrecer a los turistas una imagen de ciudad, y no de barrio». Además, recuerdan, «la gente joven quiere divertirse, alternar y relacionarse». Un hostelero que prefiere mantenerse en el anonimato se queja de que «es el trabajo más ingrato que existe» y cree que hay una «persecución» contra el sector. «Nos hunden», proclama.
En su opinión, si se cumpliera estrictamente el aforo, «para cubrir gastos tendrías que tener un local como la plaza Moyua». Los afectados se preguntan: «¿Por qué contra la noche? Nadie se ha metido hasta ahora con la hostelería de día, y el riesgo de incendio será mayor en un restaurante que tiene cocina y está a rebosar que en un pub, ¿no?».
Desde el 1 de diciembre, en la puerta de la sala Congreso se apostan vigilantes de seguridad uniformados de la empresa Safety, en lugar de los tradicionales porteros. Los responsables de la discoteca han decidido contratar a cuatro guardas de una empresa homologada para garantizar la paz en el local y «que los clientes se sientan a gusto». «El coste de un portero es como el de dos camareros», dicen.
«Peleas siempre han existido», admiten. El Congreso ha ideado un sistema de luces láser para informar a los vigilantes de que hay una refriega en el interior y que puedan dirigirse con rapidez al foco del problema y resolverlo. «No es fácil estar en la puerta», advierten. Un vigilante de una sala de fiestas ha de saber cómo tratar a los clientes e impedir el paso a los indeseables. Cuando el local se llena, reciben la orden de dejar entrar sólo «a cinco personas cuando salgan diez».