http://www.eldiariomontanes.es/20090215/cantabria/puertas-discordia-20090215.html
Yo tengo cuatro hijos y les conozco. Pero les conozco cuando están en casa. Cuando salen...». Lo dice Josée, pocas horas antes de empezar su turno en uno de los bares de moda de la noche santanderina. Es padre y portero de discoteca. Están en el ojo del huracán. «A los que critican nuestro trabajo -dice- les invitaría a pasar una noche en la puerta».
Matones, chulos, gorilas, asesinos... La polémica es compañera de viaje de estos trabajadores de la nocturnidad. La muerte del joven Álvaro Ussía en Madrid desató una tormenta. La del portero Catalin Stefan y el relaciones públicas Alejandro Muñoz, el temporal. Mafias del Este, tráfico de drogas, violencia, licencias de apertura... Y dinero. Mucho dinero.
En Santander y Torrelavega el panorama parece más tranquilo. Hay altercados puntuales. La noche, el alcohol, las drogas... Pero desde principios del año pasado ningún portero ha sido detenido y en lo que va de 2009 se han presentado dos denuncias que no han implicado detención. Las hemerotecas hablan de tiempos pasados más conflictivos, de sentencias a favor y en contra, de locales y calles que eran sinónimo de problemas y de líos entre pandillas de barrio. Ahora, la mayoría de los altercados tiene que ver con frases de sobra conocidas en la noche: «¿Tú que miras?», «Has rozado a mi chica...», «Me has pisado...». Estupideces que la madrugada eleva a la máxima potencia.
¿Y de mafias? «Nada en absoluto». Lo dice V., que llegó a España hace ya algunos años procedente de una de las antiguas repúblicas soviéticas. Lleva seis en las puertas de varios locales. «En ese tiempo, nunca ha pasado nadie para decirme que tengo que pagarle por estar en la puerta. Conozco a muchos porteros y nadie me ha dicho nada. Gracias a dios, no hay y no creo que llegue aquí esa gente», explica.
En cuanto al dinero, lo habitual es compaginar la puerta con un empleo diurno. «Ya sabes como está la vida», comenta V., trabajador en el ámbito de la construcción. Un portero en la capital cántabra puede ganar entre 80 y 100 euros por noche, aunque estas cantidades son variables.
Ellos son conscientes de la 'mala imagen' de su gremio, de su 'mala prensa'. No niegan que en su profesión, «como en todas las demás», hay algún descerebrado, pero «duran poco». En Santander nos conocemos todos. Y más, de noche. No interesan porque restan clientela, porque asustan. Más aún, denuncian que, cada jornada, se repite todo un catálogo de «insultos, faltas de respeto, amenazas...». Cuanto más jóvenes, peor. El alcohol y las drogas alteran las conductas. «La labor del portero es evitar, no provocar. Si pierdes la calma, si contestas, no vales para portero», explica Jose, un buen conocedor del sector ya que antes trabajó como vigilante de seguridad y escolta.
Parar el problema
Porteros -y también empresarios de hostelería- tienen claro que la clave está en parar el problema antes de que se produzca. Evitar la entrada al local de aquellas personas potencialmente peligrosas o invitarles a salir en caso de conflicto «con mucha educación». La teoría es fácil. La noche, no tanto. Recientemente Jose paró en la puerta de un 'after' a un joven que llevaba una catana camuflada en el muslo. Eran las siete de la mañana. Es sólo un ejemplo.
A veces, el problema estalla en las manos. Una pelea en el interior del local es el peor enemigo. Entrar, sacar y llamar. Y todo muy rápido. Es el procedimiento. Avisar a la Policía lo antes posible. A ojos de la justicia, los porteros no tienen ninguna autoridad para usar la violencia. Lo saben: «No podemos pensar que somos la ley».
El riesgo, una denuncia. A V. le denunciaron una vez tras un altercado. Fue a juicio y ganó. Jose está limpio, pero asegura que «denunciar resulta demasiado fácil». «Hay personas -añade- que te provocan para que reacciones buscando una futura denuncia. Para sacar dinero».
Más aún, el uso de cualquier tipo de arma (puños, porras extensibles, sprays, navajas...) está absolutamente prohibido. La mayoría no lleva nada, pero, como en toda regla, también hay excepción.
Los jefes
¿Y los dueños de las discotecas? ¿Qué buscan? ¿Qué opinan de los hombres de 'sus' puertas? «Les pedimos que sean discretos, que saluden a todo el mundo, que eviten que se saquen vasos a la calle y les damos una serie de normas que permitan cortar a alguien en la entrada que pueda resultar conflictivo. Si no quiero dejar entrar a alguien a mi local, tengo derecho a decirle que no», explica uno de los más importantes empresarios de la hostelería nocturna de Cantabria. Lo peor para su negocio «es que haya una sola pelea». La seguridad es clave.
Tiene claros varios conceptos y una breve conversación depara frases que resumen su visión. Primero, los requisitos: «Se buscan personas sin antecedentes. Hoy en día, casi no hay gente española. Una persona fuerte, pero tampoco interesa intimidar a nadie. Aquí no hay mafias. Tengo rumanos, rusos, españoles... A todos los he contratado individualmente». Después, su opinión general sobre la actuación de los porteros: «Por lo general, a nadie le dan una paliza si no hay algo de por medio». Y, por último, un transfondo económico: «A mí, un sopapo me puede costar muy caro».
Regulación
Los últimos acontecimientos dejaron muchos debates abiertos en la opinión pública. Por un lado, la puesta en marcha de colectivos organizados de porteros o algún tipo de asociación que les agrupe. En Santander ha habido intentos que quedaron en eso. Por otro, la regulación de su tarea y el establecimiento de algún tipo de control. En Cataluña, Valencia o Madrid hay experiencias en este sentido. No es fácil «por las condiciones específicas del ambiente nocturno». No es equiparable a ningún otro sector.
Jose, procedente del ámbito de la seguridad privada, cree que se acabarán haciendo cursos, exámenes psicológicos... Ahora mismo, la mayoría carece de alguna formación. «Claro que es un problema -explica-. Estaría bien si se hiciera algo. Titulado, sin antecedentes y con un buen control policial. Daría más tranquilidad a la gente y al público».
Tranquilidad. La que necesita un chico de 16 años que le grita a un tío de casi dos metros y 150 kilos «dame, dame» con un vaso medio lleno en la mano y con aliento desafiante de gin-tonic. La que necesita un portero para saber que sólo es un chico de 16 años. Tranquilidad. Para que la noche sea sólo de fiesta