Ayer jueves, de regreso en un vuelo que llegaba a las 22:55 a la flamante T1 de Barcelona y tras 25 minutos esperando sin que salieran las maletas (había viajeros de otros vuelos que llevaban ya más de una hora), experimenté una serie de decepciones que quiero digerir como lecciones.
Las 4 chicas del mostrador de Newco, aludían falta de personal para encubrir una huelga, y se negaron a colaborar para entregarnos las maletas: "¿Nosotras?, ¡pero si somos chicas!". El personal de la Guardia Civil y de Prosegur de la puerta de salida, respondían a todo con la frase comodín de la noche "¿Y yo qué quiere que haga?", pero miraron al infinito cuando les solicité educadamente que acudiera el responsable de seguridad del aeropuerto, para pedirle que nos permitiera acceder al patio de maletas y que cada uno pudiera recuperar la suya. Éste, en un acto de cobardía, no apareció.
El tumulto de pasajeros no hacía más que gritar, dificultando aún más que alguien de seguridad me hiciera caso. Estaba el que se encaraba gratuitamente con la Guardia Civil, presentando currículum de anteriores hazañas similares. Tambien hubo quien lanzó amenazas sobre "hostiar y saltarle los dientes a alguien"; su hija de unos cinco años, cogida de la mano, servía a modo de escudo humano y de paso garantizaba la perpetuidad del ejemplar comportamiento. Estaba el abogado que aplicaba leyes a golpe de grito y provocación...
Todos ellos me enseñaron ayer alguna cosa: unos, su nula profesionalidad y su incapacidad para resolver problemas. Otros, la fragilidad del equilibrio mental que, aparentemente, esconden más personas de las que imaginaba. Me costará volver a pisar cualquier lugar concurrido sin preguntarme cuántos de los presentes son en realidad violentos irracionales, aletargados, sólo, porque el sistema permanece estable.
http://www.lavanguardia.es/lv24h/20090703/53738153246.html