Hace unos quince años comencé a realizar viajes de gran alcance. Tras mi etapa de mochilero por España y Europa, mi trabajo anual se veía recompensado con un viaje hacia mundos desconocidos para mí. Aunque entonces el viajar representaba unos momentos de pánico: ocho, nueve, o diez horas de vuelo y subir a varios aviones para llegar a destino. Ahora, quinces años después, ese miedo a volar casi ha desaparecido. Bueno, en realidad ha cambiado. En estos momentos lo que me horroriza es pasar por los controles de seguridad de los aeropuertos. Cada vez me siento más humillado al pasar bajo el arco detector, y no por el miedo a que suene la alarma, pues ya no me queda en el cuerpo ningún resto de metal salvo la cremallera del pantalón, sino por el trato al que te someten las personas de las compañías de seguridad que los controlan.
Ayer, regresando de tres semanas de viaje por Perú, pude asistir en el aeropuerto de Madrid-Barajas a la última escena de pánico de mi vida. Pasé el control sin que sonase la alarma y, tras suspirar a fondo por el éxito obtenido fui a recoger mi mochila que estaba pasando por el túnel de rayos-X, pero a mis espaldas oí gritar a la vigilante de turno: guardia, guardia. Me giré y pude ver a una pobre mujer centroeuropea y de edad bastante avanzada con los pantalones bajados hasta los tobillos. La controladora seguía gritando a la mujer sin parar: "no te subas los pantalones, no, por tus muertos que te vas a quedar así un ratito". La mujer permanecía impertérrita con los pantalones bajados. Al aparecer el guardia civil que se encontraba de turno intenté asimilar esta nueva y humillante situación pidiendo alguna explicación. El guardia le preguntaba si hablaba español, la mujer ni pestañeaba y la vigilante seguía soltando improperios por su boquita. Volví a preguntar y entonces los gritos subieron de tono, pero hacia mí: "usted no se meta donde no le importa, manda huevos, esta mujer me ha faltado al respeto bajándose los pantalones, cojo…s". El vigilante que controlaba mi equipaje de mano me dijo: "mejor que no se meta, esta mujer está ida, esto es así cada día y aún recibirá usted".
No sé hasta qué punto debemos aguantar tanta humillación al iniciar o finalizar nuestras merecidas vacaciones o al tener que movilizarnos por asuntos laborales o familiares. Tampoco sé quién o quienes son las personas que pueden poner fin a tal desenfreno. Pero lo que si sé es que cada vez que facturo la maleta y me entregan la tarjeta de embarque comienzo a notar unos retortijones en el estómago que superan con creces a cualquier gastroenteritis producida tras desayunar, almorzar o cenar en según que países del mundo.
http://www.lavanguardia.es/lv24h/20090729/53754387604.html