Los vigilantes
JORGE ABBONDANZA
La inseguridad forma parte de un deterioro de la convivencia que abruma a la ciudadanía de medio mundo. Sin llegar a los extremos enloquecedores de las "maras" de El Salvador o a las batallas campales de los morros cariocas, el asedio de la criminalidad ha generado una alarma colectiva que crece al compás de los ascendentes niveles de violencia que amenazan a la sociedad. Eso ocurre no solamente en el tercer mundo sino también en el primero, como lo demuestra el explosivo clima de los arrabales de París poblados por magrebíes o el de la periferia de ciudades españolas o italianas donde abundan los inmigrantes de Europa oriental.
La consecuencia más notoria de esa alarma es una legislación represiva, como la reciente norma que en Italia equipara a los inmigrantes ilegales con los delincuentes, aunque ese blindaje puede abarcar también las razones laborales (el flujo de inmigrantes quita trabajo a los nativos) como en el caso de la Ley de Extranjería que España sigue endureciendo y que ha motivado en lo que va de este año la repatriación de cientos de argentinos y uruguayos. Esos viajeros son retenidos en el aeropuerto madrileño en condiciones nada envidiables y mandados de vuelta para sus países, que casualmente fueron los que en el siglo pasado acogieron a cientos de miles de emigrantes españoles en busca de mejores condiciones de vida. Patéticamente, eso es lo que va de ayer a hoy.
Para la opulenta Unión Europea, todo eso constituye una paradoja: la de regímenes liberales que por definición son sistemas permeables y que sin embargo van cerrándose gradualmente, clausurando puertas en el mejor estilo de los viejos totalitarismos (el que tuvo Europa del Este, sin ir más lejos). El fenómeno, empero, era previsible si se comparan los niveles de vida de ese baluarte europeo con los de países marginales (desde África ecuatorial hasta comarcas latinoamericanas o del sudeste asiático) que despachan una masa migratoria desde la penuria hacia ese centro del mundo, en busca del sueño de prosperidad que se vuelve cada día más impenetrable.
Un ejemplo al respecto son las "rondas ciudadanas" que en Verona comenzaron a recorrer la ciudad para vigilar todo brote de delincuencia. Legalizadas por un decreto del gobierno italiano, esas patrullas circulan en grupos de tres voluntarios, civiles y desarmados aunque provistos de teléfonos para llamar a la policía ante el menor indicio de violencia. Los partidos de izquierda ya denunciaron el parecido de esas rondas con los escuadrones de la época de Mussolini, pero el alcalde de Verona dice que gracias a esos vigilantes espontáneos la ciudad ha quedado limpia de mendigos en los semáforos, de los gitanos que abundaban en barrios suburbanos, de vagabundos y hasta de vendedores ambulantes.
Hay que abrir los ojos antes de que sea tarde, porque de las rondas ciudadanas a la justicia por mano propia puede haber un solo paso, el que separa la legalidad de la anarquía. Pero así actúa un mundo rico que sigue levantando su escudo para protegerse del exterior.
http://www.elpais.com.uy/091023/pinter-449746/internacional/los-vigilantes