Entre «esquiroles» y «gandules»Los piquetes protagonizaron varios enfrentamientos verbales con otros trabajadores en Santander
El piquete intenta cerrar una zapatería en el centro de Santander.
La permisividad de las Fuerzas de Seguridad, que sólo intervinieron para interceder en situaciones límite, evitó incidentes mayores
«Que no, que no, que a mí las retahílas izquierdistas... como que no. Y mucho menos con amenazas, que a mi en cojones no me ganáis». Tuvieron que pasar cuatro horas -las que van de las cinco de la madrugada a las nueve de la mañana- hasta que al piquete 'nodriza' que ayer abanderó la acción sindical en Santander le salió a recibir un trabajador (trabajadora, en este caso) dispuesto a mantener las puertas de su negocio sin contemplaciones. «Nosotros no te hemos amenazado». «Sí, sí lo habéis hecho, porque me habéis pedido ya seis veces que cierre por mi bien. Y, por mi bien, yo no voy a cerrar».
Antes de eso -también después- las reacciones acostumbradas entre comerciantes y hosteleros al paso de una patrulla huelguista. Unos cerraron por convencimiento, otros por miedo y, los que más, por un momento. Lo que tardaba el grupeto en perderse de su vista. En el camino, algún aplauso, alguna reprobación, algún «esquirol» y algún «gandul».
Así discurrió el 29-S visto desde el vientre del mayor piquete (150 personas) que ayer se pateó las principales calles de Santander para reivindicar, agrupado y de día, lo que ya había estado haciendo disperso y de noche. Una noche iluminada por una barricada incendiaria colocada (y sofocada de inmediato) en plena autovía del Sardinero con la que los sindicalistas daban la bienvenida a la huelga general.
La madrugada
Llamados todos a concentrarse en la sede de Comisiones Obreras, los huelguistas partieron a eso de las cuatro y media de la madrugada hacia los tres puntos 'calientes' que esas horas podían ofrecerles: la Plaza de las Estaciones, la sede del Servicio Municipal de Transportes Urbanos ('cocheras') y el perímetro industrial de la capital, donde, poco después, se habrían de producir los cambios de turno.
Discretamente vigilados por una docena de patrullas indiscretamente vigiladas por una docena de periodistas, los tres grandes grupos (entre 50 y 100 unidades cada uno) se consignaron la misión de velar celosamente por el cumplimiento de los servicios mínimos establecidos e impedir, o intentarlo, que los trabajadores que se incorporaban a sus puestos lo consiguieran.
Apelando a su naturaleza «informativa» -por cierto, horas antes la Policía identificó a una persona por sellar con silicona la cerradura de la puerta de la gasolinera de Puertochico a la que había ido a «informar» cuando allí todavía no había nadie- un grupo de huelguistas convenció a varios empleados de Teka (en Cajo) para que se dieran la media vuelta y se tomaran el día libre.
Requeridos por la dirección de la empresa, policías antidisturbios se presentaron en el lugar para que los sindicalistas dejaran de «informar». Su sola (e intimidatoria) presencia bastó para que dejaran de hacerlo. «Tenían unas pistolas de la hostia», contó uno de ellos cuando se incorporó al piquete organizado en la Plaza de las Estaciones.
Allí, mientras, sus colegas bregaban con el conductor de un autobús de transporte escolar al que acababan de interceptar. «Oiga, yo... Mire, si quiere hablo con el jefe», sugería el chófer a un líder sindical. Paciente, el responsable de la unidad policial que se destacó hasta allí trató de alcanzar una solución pacífica. Inquietos, los siete niños que viajaban a bordo del autocar miraban asombrados por los ventanales. Desafiante, el líder sindical se puso al aparato con el dueño de la empresa: «Mira, le voy a dejar salir, pero si veo otro de tus autobuses le pincho las ruedas aquí mismo, ¿me oyes?». Le oyó él, el conductor, la prensa y los ocho agentes que, a la orden, mantuvieron siempre cierta distancia con los huelguistas para evitar cualquier provocación y se mostraron permisivos (por momentos en exceso) para impedir que un simple alboroto se tornara en refriega.
La mañana
Casi cinco horas después de su llegada a la Plaza de las Estaciones, el piquete, que a las diez y media de la mañana era ya la unidad móvil más gruesa de la acción sindical en Santander, comenzó a movilizarse hacia el centro de la ciudad avanzando a paso de carga y deteniéndose en cuanto establecimiento vio abierto de camino.
Así, sus 150 integrantes barrieron Calderón de la Barca cerrando un Lupa e intentándolo con la cafetería 'La Parada', donde los huelguistas informaron a los dos camareros de sus derechos como trabajadores tal que así: primero espantaron a la clientela, que dejó cafés y 'donuts' en la mesa y se fue para no verlo; luego hicieron estallar un petardo que reventó una de las lámparas; después vaciaron los servilleteros (los que encontraron) por el suelo; y más tarde, y para acabar, reprendieron a los dos muchachos, que más que miedo sugerían pánico. «Luego dicen que los piquetes no son agresivos. ¡Qué va!», decía él. «¿Pues qué me va a parecer? Me parece muy fuerte», lamentaba ella todavía asustada.
El Bar Machichaco, la oficina de Viajes Iberia y la tienda de modas Pull and Bear se «solidarizaron» con la causa hasta que la causa se plantó en Zara, que echó la verja para subirla después y contemplar cómo el piquete entraba a «informar» al Café Comercial, donde la propietaria no les dejó terminar: «Que no, que no, que a mí las retahílas izquierdistas... como que no. Y mucho menos con amenazas, que a mi en cojones no me ganáis». Cansada de mirar desde la otra orilla de la huelga, la Policía se abrió paso entre el gentío, ordenó desalojar a los huelguistas y recomendó a la dueña que presentara una denuncia. «No, paso. No quiero denunciarles».
De lío en lío, el piquete, formado por miembros de los sindicatos UGT y CCOO, llegó hasta la sede de la Seguridad Social, en la avenida de Calvo Sotelo, donde la directora explicó a uno de los portavoces que los trabajadores que estaban allí habían ido «libremente». «Respetadles a ellos y a los ciudadanos que vienen», reclamó ella. Mientras él trataba de convencerle de que lo mejor era «parar hoy», en el centro del salón se formó un revuelo que acabó con un cruce de insultos entre algunos empleados, «esquiroles» para los huelguistas, y algunos huelguistas, «gandules» para los empleados.
Luego, en la calle, se produjo un rifirrafe entre uno de los sindicalistas y un vigilante en el que, de nuevo la policía, tuvo que interceder antes de que la cosa se afeara. Por suerte, no llegaron a las manos. Pero, por desgracia, sí llegaron a Correos y Caja Cantabria, donde los empleados soportaron estoicamente los improperios de un piquete que se diluyó por la calle San Francisco camino del Ayuntamiento.
http://www.eldiariomontanes.es/v/20100930/cantabria/entre-esquiroles-gandules-20100930.html