¿Qué hacemos en las ferias?
VARIOS ayuntamientos importantes han encargado a sus servicios jurídicos dictámenes urgentes, para antes de que llegue la primavera, sobre las ferias respectivas. ¿Cómo sobre las ferias? ¿Acaso peligran? ¿Se plantean quizás los alcaldes quitarlas, reconvertirlas o modernizarlas?
No, amiguitos. Lo que los alcaldes quieren de sus juristas es que les informen de cómo cumplir estrictamente las leyes en los recintos feriales. Más en concreto, cómo aplicar la ley antitabaco, que este año tendrán que aplicar a toda clase de fiestas y saraos de organización o patrocinio municipal. Como todo español que se precie. La ley no admite excepciones.
A ver. No sé si sus promotores han caído en la cuenta de que la normativa contra el fumeteo, por ser de extensión universal, ha de entrar en las ferias, como ha entrado en bares, restaurantes, cafeterías y otros lugares públicos. La feria es gentío y ruido, música y baile, comida y bebida, paseo de caballos y toros, albero y farolillos, luces y calle del infierno... y casetas. Ahora bien, las casetas, valladas y con toldos, son espacios cerrados, y en los espacios cerrados está prohibido fumar desde el 2 de enero.
Salvo que sean privados, que no es el caso. Si nos atenemos a la ley, la única posibilidad de fumar en una caseta de feria sería que se tratara de una caseta de socios, amigos o familiares gestionada exclusivamente por ellos, a modo de club de fumadores. En cuanto el grupo concesionario de la caseta haya contratado un cocinero o un camarero, ya no podrán encender un cigarrillo porque convertirían al asalariado en un fumador pasivo, objetivo de protección prioritaria para la ley. En puridad, la presencia de un guarda de seguridad en la puerta sería razón suficiente para que allí no fume nadie. Quien quiera fumar tendrá que salir a la calle o los inspectores de Leire Pajín, de la Facua o los miles de anónimos vigilantes que han brotado desde los primeros días le denunciarían. Y, ojo, estarían en su derecho.
Es difícil imaginar una caseta de feria sin el humo del tabaco. Pues habrá que imaginársela, porque la norma que aprobó el Congreso no puede ser más rotunda: no se puede fumar en recintos cerrados. Lo único que se me ocurre para acabar con tan dañina tradición es que la autoridad decrete una excepción en las casetas durante la feria. No es algo descabellado. La excepción ya se hace con la alegre muchachada del botellón, que puede practicarlo en el real, o con la legislación en materia de contaminación acústica, que se suspende de hecho durante los días feriados.
Ardo en deseos de conocer qué dictaminarán los juristas municipales. Tal vez las ferias ya no vuelvan a ser más como eran