¿Y ahora qué...?
5, 11 ó 20 años trabajando en los mismo • Llega la crisis y con ella la carta de despido • Comienza una nueva vida pero en otra profesiónB.G.R. / BURGOS
Vivimos en una sociedad colectivista, profundamente arraigada al entorno familiar y de amistad, donde buscamos la seguridad arrastrados por pautas sociales repetidas y generalizadas. En este contexto y en medio de una grave crisis económica capaz de trastocar cualquier plan, ¿qué ocurre cuando sobreviene un cambio en un aspecto de la vida del individuo que ocupa las tres cuartas partes de su tiempo? O lo que es lo mismo. ¿Estamos preparados para saltar de profesión tras varios años desempeñando el mismo trabajo? Pues parece ser que sí, y más abajo están cuatro ejemplos.
El profesor de Psicología Social Jesús Ortego contextualiza ese cambio dentro de la normalidad y como futuro valor añadido del perfil profesional. Es más, vaticina que más allá de la crisis muchas personas se plantearán modificar su estilo de vida. Sus afirmaciones están relacionadas con una serie de variables que manejan los expertos como son los niveles de empleabilidad, ocupabilidad y tipo de carga del individuo.
Variables
La ocupabilidad, según Ortego, hace referencia a las oportunidades que da el mercado, mientras que la empleabilidad tiene que ver con la capacidad de los individuos para adaptarse a esas ocasiones laborales a través, por ejemplo, de la formación. A todo ello suma el tipo de carga, bien familiar o económica, en la que también pesan factores sociales como el sentido de la propiedad.
El momento de crisis que vivimos, unido al escenario mundial de competetitividad donde entran los países emergentes, obliga a los trabajadores, según este profesor, a ampliar sus niveles de empleabilidad para adaptarse a distintos puestos -independientemente del grado de formación-, al tiempo que las empresas, y las organizaciones en general, necesitan márgenes de maniobra y personal cualificado para poder sobrevivir en el contexto actual.
La lectura de las situaciones de recesión económica que se hace desde la Psicología del Trabajo es que «los momentos de crisis son escenarios de oportunidades». Y, además, se considera que el cambio es «algo que va a ocurrir». Por eso, lo más importante para Ortego, es estar preparado para asumir esa modificación y buscar estrategias para afrontarla.
Pero la forma en la que se da ese salto de dedicación laboral influye de manera distinta en el individuo dependiendo de si es sobrevenido (obligado) o voluntario. En el primer caso, explica este experto, se suceden una serie de efectos psicológicos que van desde la preocupación al estrés. El problema viene cuando estos estados se prolongan en el tiempo y se convierten en fatalismo al creer que no existen opciones de salida, haga lo que haga. Si el cambio es voluntario forma parte de un proyecto de vida personal. Al estar planificado tiene también más posibilidades de éxito y, por tanto, está asociado al estado de bienestar del individuo.
En España avanzamos poco a poco en ese camino de preparación. Y una muestra se encuentra en la movilidad laboral, cada vez más aceptada entre las generaciones de jóvenes estudiantes, familiarizados con un espacio europeo de formación o con becas en el extranjero. «Todo ello condiciona que los futuros profesionales tengan un concepto de futuro más amplio», afirma este profesor, que reconoce que en sociedades como la estadounidense este tipo de fenómenos están normalizados.
Víctor Adot | 36 años«Ha sido una decisión de proyecto de vida más que de urgencia económica»
Diez años trabajando en la seguridad privada, los últimos vinculados a la UBU, y un buen día se ve en el paro. El pasado mes de septiembre abrió una librería infantil en Gamonal.Junio de 2008 y septiembre de 2010. Víctor Adot, de 36 años, no olvidará esas dos fechas; la primera porque se estrenaba como parado, y la segunda porque hacía lo propio como librero. Dos años que sobre el papel se resumen de forma clara y sencilla, pero que trasladados a la realidad guardan miedos y dificultades, pero también ilusiones y esperanza.
Comenzó a trabajar con 21 años y, después de pasar por fábricas, tomó contacto con el mundo de la seguridad privada, donde se quedó más de una década y consiguió la titulación de director que más tarde desempeñaría como funcionario eventual en la Universidad de Burgos. Un ‘salto’ poco habitual en ese sector que, muy a su pesar, tan solo duró año y medio. El recorte presupuestario y el hecho de que su plaza no estuviera consolidada le llevaron de cabeza a la lista del paro.
«Fue algo totalmente inesperado y no estaba preparado. Me dejó descolocado y pensando en si buscar de nuevo en mi sector o en abrirme camino en otro diferente», comenta Adot. Optó por la segunda opción después de mucho meditar y valorar una serie de circunstancias, como un cierto desencanto con su anterior trabajo, la ausencia de cargas familiares y la motivación de empezar algo «propio».
«La decisión respondió a un proyecto de vida más que a una urgencia económica», apunta Adot. Y con el objetivo claro de montar un negocio «un poco a ciegas», comenzó la tarea de explorar campos de actividades. «Tenía claro que lo que fuera a montar me tenía que llenar», agrega. Pensó en algo relacionado con la asesoría externa en el ámbito de la seguridad, pero el mercado «es muy pequeño», en el sector de las energías renovables... Finalmente, se decidió por aquello que nunca antes imaginó.
«Siempre he pensado en las librerías de manera romántica porque me gusta mucho leer. Y fue mi mujer la que me hizo ver, uniendo mis preferencias con la idea de negocio, que podíamos abrir un tienda especializada en literatura infantil y juvenil», relata este joven, para quien, por ahora, el cambio ha sido un acierto tal que no volvería al trabajo anterior.
La librería La Llave abrió sus puertas en septiembre de 2010 en el pasaje Fernando de Rojas, 5, en Gamonal. Pero hasta que llegó ese día y desde que tuvo claro su tipo de negocio, Adot ha tenido que pasar por un largo y tortuoso proceso burocrático más allá del desembolso económico. Sorteados los problemas administrativos con la ayuda de una asesoría, se adentró en el mundo de la literatura infantil hasta que fue encontrando su producto. Ahora lo muestra orgulloso ante una clientela que le ha brindado muy buena acogida. Solo espera que el día a día de pagos y facturas no le quiten ganas y tiempo para mejorar el negocio.
Víctor Adot, 36 años.LUIS LÓPEZ ARAICOManolo Guerra | 36 años«El cambio no me costó; lo difícil era pensar en estar en casa sin hacer nada»
Lo vio venir y buscó alternativas. Se sacó el carné de taxista, compró la licencia y dijo adiós a una década montando estructuras prefabricadas por el norte de España.
Acabar una obra por la mañana, recoger los bártulos, cambiar de ciudad, descargar y comenzar la siguiente por la tarde. Así, más o menos y a grandes rasgos, era el ritmo de trabajo que llevaba Manolo Guerra Lázaro, de 36 años, antes de convertirse en taxista. Un ajetreo que nada tiene que ver con el actual, pero que echa de menos y al que volvería «mañana mismo» si se lo propusieran y hubiera el mismo volumen de trabajo que antes.
Guerra estuvo como autónomo durante once años montando estructuras prefabricadas para naves industriales y granjas. Hace un año se vio obligado a dejarlo porque el negocio no daba para más. No fue algo repentino. Dice que se veía venir desde enero del año 2009, aunque ya en 2005 hubo un amago de lo que estaba por llegar. El número de obras caía y aquellos años en los que se montaban dos o tres naves a la semana empezaban a convertirse en historia.
Fue el 14 de diciembre de 2009 cuando dijo adiós a su trabajo de siempre. Y entonces comenzaron las cavilaciones. No duraron mucho porque su primo le habló del taxi al haberle ocurrido algo parecido. Sin pensarlo mucho más, tampoco se presentaban otras alternativas y tenía claro que quería ser autónomo, se sacó el carné. Pasó los tres exámenes teóricos pertinentes -calles, rutas y legislación- y el práctico. En apenas un mes y medio tenía en su mano el documento acreditativo de su nuevo oficio.
Y una cosa le llevó a la otra. Se puso a buscar licencias, compró una y realizó lo que para él significa una inversión de futuro. «El taxi es para toda la vida. El anterior trabajo, además de muchos viajes, requería un esfuerzo físico y los años no pasan en balde», comenta refiriéndose a que el permiso cuesta más de 120.000 euros. «Ahora están bajando algo, pero hablamos de una cantidad importante».
Hecho efectivo el traspaso, que tiene que pasar por el pleno municipal, Guerra se hizo taxista y se estrenó en una profesión en la que nunca antes había pensado y a la que, confiesa, todavía se está acostumbrando. «Lo peor es no poder tener los fines de semana libres, aunque también es cierto que pasas menos frío, calor el que tú quieras y el trato con los clientes es muy agradable», explica. Pero al margen de los pros y los contras, lo más difícil no fue dar el paso, ni tan siquiera el cambio: «Lo que más me costaba era pensar en estar en casa sin hacer nada».
En el sector al que acaba de llegar, este joven no parece ser una excepción. Asegura que en la actualidad hay muchos casos como el suyo, sobre todo de profesionales procedentes del mundo del transporte, en mayor medida, y de la construcción: «Casi todos los taxistas somos reciclados, salvo los pocos que heredan la licencia».
Sun | 31 años«No me pilló por sorpresa; estaba preparada Psicológicamente»
Cambió los planos y el diseño de interiores por el traje de Policía Local. Su anterior profesión se ha convertido ahora en su mayor hobby, pero no la cambiaría por la actual.
El traje le queda fenomenal y, lo que es más importante, se siente muy a gusto en él. Sun juró su cargo como Policía Local el pasado noviembre junto a otros 8 compañeros. Atrás quedaron los planos y los diseños como arquitecta de interiores que realizó en un estudio durante cinco años, que ahora se han convertido en su principal afición, y empezaba una vida completamente nueva.
«Me acuerdo mucho de mi etapa anterior, pero ahora todo es nuevo y estoy disfrutando de los comienzos», asegura. Nada le asusta, como tampoco le inquietó ni le pilló desprevenida el día que dijo adiós al trabajo convencida de que solo había esa opción. Era septiembre de 2008 y sabía que las cosas pintaban mal desde hacía tiempo. La crisis de la construcción estaba haciendo mella en su sector. «No me sorprendió y estaba preparada psicológicamente», comenta.
Trabajó un tiempo en el sector de la hostelería, incluso comenzó a dar extras mientras estaba en el estudio, hasta que una amiga le habló de la posibilidad de prepararse las oposiciones para Policía Local. La idea le motivaba porque siempre ha estado vinculada por familia al mundo de las artes marciales. Sus padres son coreanos, aunque llevan media vida en Burgos, donde nacieron sus dos hijas y han regentado un negocio de taekwondo. «Me gustaba lo de ser policía, pero nunca me lo había planteado en serio», precisa esta joven.
Pues llegó el momento de hacerlo, ante el asombro y la perplejidad de la gente más cercana, que por otro lado, no dudaba de sus posibilidades como agente de la autoridad. Buscó las bases de la oposición en internet. Vio que cumplía los requisitos, se sacó el carné de moto -el único que le faltaba- y se apuntó a una academia. Se tomó la preparación, que duró un año, como un trabajo más compaginado con la hostelería. Muchas horas de estudio y de preparación física en las que también hubo momentos de duda.
Superadas las vacilaciones y el periodo de formación, llegó el momento de los exámenes. Comenzaron el 13 de octubre de 2009, acabaron a finales de noviembre y el 15 de diciembre recibió la comunicación: era apta. A partir de ese momento, su vida se convirtió en una sucesión de nuevas experiencias. Formación en la academia de policía de Ávila durante seis meses, «con mucha disciplina», dos semanas de descanso, periodo de prácticas y llegó la hora de la verdad. «Cuando estaba en Ávila no me lo acababa de creer, y hasta que no juré no terminé de creérmelo. La sensación es extraña», comenta.
Ha vivido el cambio con intensidad y emoción, pero con normalidad porque dice que es más común de lo que se cree. «Hay dos opciones, o te quedas en casa esperando o te mueves», afirma.
José Ramón Badiola | 43 años«Si hay que dedicarse a otra cosa no pasa nada. la vida sigue»
8 meses en el mar y 4 en tierra. Así se ha pasado 20 años hasta que le mandaron a la calle. Ahora trabaja en un taller de empleo de Villarcayo pero su intención es volver a embarcar
Además del motivo que le ha llevado a cambiar de profesión, a José Ramón Badiola Santovenia, de 43 años, resulta obligado preguntarle qué hace un marino mercante viviendo en la localidad de Villarcayo, donde desde septiembre trabaja como albañil en un taller del empleo. Detrás del primer interrogante está, como no, la crisis económica y del segundo un nombre femenino, su mujer Joaquina.
Badiola es natural de la población cántabra de San Vicente de la Barquera. Un dato que explica la estrecha relación que mantiene con el mar desde que era un crío. Con 16 años comenzó de pescador en un barco familiar, en busca de merluza y besugo durante los inviernos y de bonito en verano, y a los 21 pidió trabajo en una naviera para hacerse marino mercante. Entonces llegaron las largas temporadas sin pisar tierra, pero descubriendo mucha. «Conoces muchos países y ciudades lejanas», explica Badiola, para quien poder viajar es uno de los principales alicientes de esta profesión.
No tuvo problemas para encontrar plaza en una naviera. Su primer viaje como mozo -el primer escalafón laboral en un barco- duró nueve meses y le llevó, desde Bilbao, a Holanda, Alemania, Suecia, Finlandia, Dinamarca, Rusia, Letonia... Transportaban contenedores con todo tipo de productos, desde electrodomésticos hasta comida y ropa. «Era lo que realmente me gustaba», reconoce. Y no resulta extraña su afirmación si tenemos en cuenta que se ha pasado dos décadas recorriendo mundo con una media de ocho meses en el mar y cuatro en tierra.
Hasta que hace ahora un año, la llamada para embarcar en una nueva expedición nunca llegó. Cuenta Badiola que una empresa de Valencia compró la compañía para la que trabajaba y no contó con su tripulación: «Estaba en casa esperando el embarque y dijeron que nos tomáramos unas vacaciones. Luego llegó la carta de despido». Y hasta ahora.
Empezó buscando empleo en su sector, llamando a las puertas de todas las navieras y enviando currículum, algo que nunca antes tuvo que hacer. Pero no había respuestas. Ni para él, ni para muchos de sus compañeros que se encuentran en la «misma situación que yo». Ante este panorama, y pasando malos ratos por estar en casa sin tener nada que hacer, se apuntó a un taller de empleo de albañilería. Lleva desde septiembre; urbanizando caminos y arreglando el colegio. Pero el 15 de marzo se acaba.
«Ahora ya puedo poner más cosas en el currículum. Si hay que dedicarse a otra cosa se hace. No pasa nada. La vida sigue», asegura. Pero en su interior, la vocación del mar tira mucho y, aunque intenta suplirla los fines de semana en su pueblo con un barco de la familia, «mi intención es volver a embarcar».