Fallece el guardia civil que mató a tiros a su exnovio en un gimnasio
El sargento se disparó a sí mismo en la frente tras el crimen- El supuesto asesino es conductor de los autobuses que trasladan a los presos
Responsables de la funeraria sacan el cuerpo de la víctima del gimnasio.- SAMUEL SÁNCHEZJUAN DIEGO QUESADA - Madrid - 27/07/2011
El sargento de la Guardia Civil Ángel Luis de la Torre, de 45 años, que supuestamente asesinó ayer por la tarde a su expareja Marcos Hernández, socorrista de 28 años, en un gimnasio ubicado en la plaza de la República Dominicana de Madrid, ha fallecido esta mañana en el hospital Gregorio Marañón, donde ingresó en estado crítico, han confirmado fuentes del centro hospitalario. El agente se pegó un tiro en la frente unos 40 segundos después de descerrajarle seis a su expareja. Ángel Luis tuvo hace unos meses una relación con Marcos, trabajador del local donde murió, y la noche antes del crimen le amenazó de muerte. Amigos del fallecido explican que discutían por gastos hechos cuando eran pareja y que el presunto asesino no soportaba que su ex hubiera rehecho su vida con otra pareja.
Sobre las cuatro y media de la tarde, el agente le encañonó con su arma reglamentaria, una Beretta, en el vestuario de hombres, mientras otro chico se duchaba, y le descerrajó cinco disparos, uno de los cuales le alcanzó en la cabeza. Llevaba consigo también un revólver. A continuación, el sargento intentó suicidarse sin éxito con un disparo en la frente. En la sala de musculación del gimnasio del Holiday Gym, a esas horas, se ejercitaban unas 30 personas que en un primer momento no le dieron mucha importancia al ruido que provenía del vestuario. Pensaban que estaban haciendo obras en la planta de abajo.
En realidad se estaba produciendo un asesinato que los investigadores creen que se debió a los celos. El sargento no soportaba que el chico con el que había estado saliendo estuviese ahora con otro. Los amigos de Marcos dicen que este pasaba por uno de los mejores momentos de su vida, con un trabajo que le apasionaba y una nueva pareja que le llenaba. La única preocupación que tenía eran las repentinas llamadas de teléfono que le hacía quien a la postre ha sido su asesino. Sus conocidos también coinciden en que habían discutido por el pago de unas facturas de la época en la que eran pareja.
Agentes de la policía a la entrada del gimnasio donde se produjo el asesinato.- SAMUEL SÁNCHEZ Este agente en activo de la Guardia Civil es uno de los conductores de los autobuses que trasladan a los presos de la cárcel al juzgado (el servicio de material móvil), una unidad que tiene su base en Príncipe de Vergara, a un par de calles de donde se produjo el asesinato. No es la primera vez que por la cercanía se pasaba a ver a Marcos en su lugar de trabajo, donde se encargaba de dar clases de natación y de vigilar a los bañistas. La última vez que ambos hablaron por teléfono fue la noche del lunes. Ángel Luis llamó por la noche al que había sido su novio. Discutieron, como había ocurriendo en otras ocasiones. Antes de colgar el sargento le dijo a Marcos que tenía pensado matarle, según ha relatado una amiga de ambos. Ya por la tarde la gente los vio discutiendo en la puerta donde trabajaba la víctima, el Holiday Gym, un centro de fitness situado en la plaza de la República Dominicana. Existen otros centros de musculación de esta misma cadena repartidos por toda la región. La pelea que comenzaron en la puerta se trasladó a los vestuarios, localizados en la planta intermedia de las tres que tiene este gimnasio.
A esas horas, sobre las cinco de la tarde, entrenando en las máquinas había unas 30 personas. Una de ellas, Iriel Gil, moreno, con los músculos muy marcados, escuchó cinco golpes, parecidos a los que provocan los topetazos de un martillo. "Después hubo como 40 segundos de silencio y se volvió a escuchar otro golpe. Los que estábamos ahí pensábamos que estaban haciendo obra". El tiroteo cogió en medio a un deportista que en ese momento salía de la ducha. Él fue quien avisó al resto de clientes de lo que acababa de ocurrir. La policía encontró en la escena del crimen un segundo arma, un revólver, que también portaba el guardia civil. La otra hipótesis que se manejaba es que lo llevase encima Hernández, como una forma de defenderse de su exnovio.
El asesino y la víctima habían mantenido una relación sentimental que terminó hace medio año, tal y como explican sus allegados. Marcos Hernández era un hombre que cuidaba mucho su cuerpo, pasaba muchas horas en el gimnasio entrenándose. Tenía en este momento otra pareja, camarero de una discoteca con el que hacía pesas a diario. Era común verles machacándose en las máquinas cada tarde, a la hora en la que Marcos terminaba su turno de socorrista. Su novio trabaja de noche y tenía las tardes libres. "Me dijo que estaba realmente feliz con su nueva relación. Estaba en un momento muy bueno de su vida. Me lo comentó mientras tomábamos un café", comentaba uno de los socios del centro.
Los amigos del fallecido explican que el sargento nunca encajó muy bien la ruptura y que su obsesión por Hernández creció al enterarse de que estaba saliendo con otro. Los celos es el principal móvil que maneja la policía como desencadenante del asesinato. Los investigadores han sabido a través del relato de una amiga que los dos habían mantenido muchas discusiones a través del móvil desde que pusieron fin al noviazgo y que en la noche previa al asesinato el sargento había revelado sus intenciones de matarle.
Lo hizo. El Samur encontró a Marcos muerto y al guardia civil con un disparo en la cabeza. Lo trasladaron de urgencia al hospital, donde ha muerto horas después. El gimnasio fue desalojado y en la puerta esperaba media docena de socios musculados, con toallas al cuello, arrancados de golpe de sus horas de ejercicio. Estuvieron varias horas en la puerta intentando recuperar sus pertenencias que permanecían guardadas en las taquillas. Fernando, un monitor que estaba dando una clase de spinning en el momento del crimen, recordaba en uno de esos corrillos formados en la puerta que vio tras los disparos cómo algunos socios corrían por las escaleras vistiéndose a la carrera. Pasó medio minuto largo hasta el siguiente disparo. Ese es el tiempo que tardó el sargento en apuntar la pistola hacia su cabeza.
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