Territorio ´gorrilla´
Los vecinos de La Trinidad se quejan de la violencia de los aparcacoches tras la agresión de uno de ellos a una joven con un bate de béisbol
Aparcamientos de la avenida Trinidad, donde operan los polémicos gorrillas.
En muchos aparcamientos públicos y gratuitos de la Isla se ha impuesto la ley del que lleva la gorra. En el más pequeño y concurrido del municipio lagunero, anexo al centro médico de la Avenida Trinidad, los aparcacoches ilegales, popularmente conocidos como gorrillas, han pasado de pedir la voluntad a exigirla. Para los vecinos, llevarse la mano al bolsillo al ver acercarse un chaleco reflectante por el retrovisor ya ha dejado de ser un acto altruista para convertirse en uno reflejo; en una imposición inconsciente que, a efectos prácticos, no se diferencia mucho de pagar en un parquímetro.
Con el fin de coaccionar a los conductores, algunos de los aparcacoches de este parking utilizan la violencia. Hace unas semanas, Iriome B. C, la hija de una agente de la Policía Local de Los Realejos, fue agredida con un bate de béisbol que guardaba uno de estos sujetos en el maletero de un coche estratégicamente aparcado.
Todo empezó una mañana, cuando Iriome, para evitar la molestia de darle cada día un euro a uno de los gorrillas del parking, decidió apalabrar una mensualidad de 20 euros para que éste le cuidara el coche. En aquel momento, nadie le dijo que el que trabaja en el turno de tarde también quería su parte una vez fuera a retirar el vehículo. Fue este segundo aparcacoches el que no dudó en amenazar una noche a la chica. A partir de entonces, después de echar el cierre de la tienda en la que trabaja cada día, sus temores se iban acrecentando a medida que se aproximaba al parking. Una tarde en la que iba acompañada por su novio, ambos intentaron zanjar de una vez la situación y fueron a hablar directamente con el vigilante, conocido en la zona como Zacarías. El diálogo terminó en una pelea tras la cual los dos muchachos tuvieron que ser trasladados al hospital por recibir varios golpes con el bate en la cabeza y en la espalda a manos de este aparcacoches.
Junto a este parking, el de la antigua estación de la laguna y el de la antigua recova de la ciudad son las tres explanadas cercanas al casco que son territorio gorrilla. A pesar de su cercanía, los tres no funcionan igual. Muchos de los conductores demuestran estar satisfechos con la asistencia que reciben de los aparcacoches que vigilan en el descampado del antiguo mercado. El difícil acceso al terreno, así como las dificultades de visibilidad para encontrar un hueco libre se suplen con la ayuda de los gorrillas que se mueven en ese aparcamiento.
Por su parte, los que operan en el nuevo parking que ha dejado la antigua estación de guaguas tampoco han generado quejas vecinales hasta el momento. A decir verdad, el malestar de los conductores se ha condensado en el más pequeño de los aparcamientos públicos laguneros, conocido por muchos conductores como el tetris´ por lo estrecho de sus plazas y la cantidad de coches que casi siempre tienen
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La labor de estos custodios consiste en ingeniárselas para que los usuarios dejen en doble fila sus vehículos sobre otros que suelen permanecer muchas horas aparcados. Los aparcacoches aplican diferentes tarifas voluntarias a unos y a otros, en función del tiempo que se ocupe la plaza.
Para Ana Núñez, charcutera del Hiperdino que está enfrente del parking, dejar el coche allí todo el día supone darles una buena propina. Para Ana, estos elementos han instalado su particular parquímetro para cobrar a los trabajadores. Para Ana, la solución la tienen que tomar los empresarios. "Es injusto que ya sea en el parking subterráneo o en la vía pública tengas que dejarte medio sueldo al día. No se puede depender de lo que haga la Policía. Los empresarios deberían poner guaguas que fueran recogiendo a los empleados", afirma.
La Policía Local estudia el modo de controlar estas acciones violentas hacia algunos conductores y alienta a la ciudadanía a denunciar cualquier agresión que puedan recibir al dejar su coche. Fuentes policiales aseguran que, hasta el momento, la denuncia de Iriome es la única registrada por un incidente de esta naturaleza en la zona.
Estas mismas fuentes advierten que detrás de estos aparcacoches ilegales suelen esconderse mafiosos que sólo dejan que los gorrillas operen por turnos en cada parking que controlan si a cambio estos le dan parte de la recaudación.
Esta ausencia de denuncias oficiales encuentra su explicación en el miedo que tiene la gente a que los guardavehículos tomen represalias si acuden a la Policía. Tal y como pudo comprobar este periódico en la zona, la mayoría de los dueños de los comercios colindantes se llevan la mano a la boca cuando se les pregunta por su opinión sobre estos trabajadores.
Sus negocios lindan con el de los gorrillas y no quieren problemas con ellos. El miedo parece haber atenazado a los comerciantes y silenciado la voluntad de los conductores para evitar que, al menos, no se vean intimidados por aquellos que tienen sus coches a buen recaudo.
Lali Domínguez, una cliente habitual de muchos comercios de la zona, evita traer el coche cuando viene a La Laguna a comprar. Cuando lo hace, prefiere dejarlo en doble fila si entra a buscar algún encargo, o lo deja directamente en el parking subterráneo. "Barato y seguro ya no es nada, ni siquiera aparcar en la vía pública", afirma. Esta reponedora de mediana edad sólo aparca en el pequeño solar de La Trinidad como último remedio. "No creo que se vayan si reciben al menos 50 céntimos por conductor". En el parking de la avenida hay más de 50 plazas de aparcamiento, y el ir y venir de coches es constante en horas punta.
María Dorta es propietaria de uno de los locales comerciales de la avenida de La Trinidad. Los clientes suelen quejarse de las dificultades que tienen para dejar su vehículo mientras hacen las compras en la ciudad, algo que se complica mucho más cuando llegan fechas importantes.
María, que ha llegado a ofrecer tickets de aparcamiento en épocas de rebajas o Navidad, cree que la labor de los aparcacoches puede ser positiva para los negocios, pero sólo si se regularizan y se dan de alta en la Seguridad Social. "El Ayuntamiento debería contratar a gente responsable para ayudar a los conductores a encontrar aparcamiento y a los clientes a cargar las bolsas hasta el coche", afirma.
Esta comerciante cree que los ciudadanos aplaudirían esta medida, que serviría para acabar tanto con la mala imagen que dan como con los problemas que generan.
Los comerciantes de la zona están cansados de ver cómo prácticamente todas las semanas los gorrillas arman escándalo: unas veces se pelean con los conductores, otras entre ellos mismos. Después de estos enfrentamientos, aquellos que no han necesitado pasar antes por el centro médico cercano, suelen dirigirse a un bar donde poder descargar la tensión acumulada.
Angélica González, una de las camareras del bar-arepera Tropical, de los más cercanos al lugar, lleva años viendo como la situación no hace sino agravarse. "La gente me cuenta que aparca allí porque no le queda más remedio. Yo vengo en tranvía para evitar problemas", afirma esta joven. Para la camarera, el transporte público ha sido la alternativa al dilema al que muchos se enfrentan cuando dudan entre gastarse medio sueldo en el parking subterráneo o ser coaccionados por los vigilantes.
Angélica ha comprobado cómo los vecinos llevan años exigiendo una mayor presencia policial, pero duda de que al final llegue a servir de mucho. "Cuando los agentes terminan de hacer la ronda, los gorrillas comienzan a hacer de las suya", afirma.
Los principales clientes del bar en donde esta camarera trabaja son los médicos y los pacientes del centro médico cercano.
Angélica afirma que muchos de los doctores del centro han depositado su confianza en algunos de los gorrillas que han pasado por la zona, algo que cree es imposible hacer con los que están ahora.
No sólo los comerciantes tienen miedo. Médicos y enfermeros guardan silencio cuando se les pregunta. Sin embargo, desde la administración del centro médico de la avenida de La Trinidad se afirma que en lo que va de año, más de una decena de personas han presentado un parte de lesiones por enfrentamientos con estos ilegales tras aparcar su vehículo en este parking.
Uno de los pacientes que asisten regularmente al centro es Ernesto B., un jubilado que ha visto el ir y venir de muchos de ellos por la avenida. "Antes uno solía conocer a quienes aparcaban los coches cuando ibas a la consulta del médico. Eran muchachos del barrio. Ahora ya no sabes ni de dónde vienen ni cómo te van a entrar", se lamenta Ernesto.
Los aparcacoches de la avenida de La Trinidad parecen haber echado un pulso a todos aquellos que se nieguen a pagar en un terreno que se convierte en campo de batalla todas las semanas. El silencio de médicos y comerciantes sólo ha facilitado que los gorrilas pongan las normas en los aparcamientos de una ciudad en donde no hay plaza gratis para tanto coche. Es el mundo al revés.
http://www.laopinion.es/tenerife/2011/09/18/territorio-gorrilla/369047.html