Rosa Cuervas-Mons
Tiene ocho años y acaba de pasar el día con su próxima -su segunda- familia de acogida. A última hora de la tarde ‘mamá Paula’ -primera familia de acogida- va a recogerla al punto de encuentro de la Comunidad de Madrid. -¿Qué tal María, te ha ido bien? - Sí. -¿Quieres contarme alguna cosa? -Me ha dicho Alexia que no te contara una cosa. -¿El qué hija? -Que ya les llamó papá y mamá.
María tenía seis años cuando llegó a su primera familia de acogida. Antes, desde que su madre entró en prisión, había vivido -feliz pero sin ir al colegio- con una amiga de su padre hasta que la amiga fue detenida por secuestro y por negar a la abuela de María el acceso a la niña. Después llegó “la resi”, una residencia de menores en la que convivió un año con otros niños y con numerosas educadoras.
Y, por fin, una casa con papá, mamá y dos hermanas. A María le fastidiaba que no hubiera perro -ella quería perro- y que dos niñas que “le sobraban” le quitaran la atención de su nueva mamá. Por lo demás, se vivía bien en una familia.
Pero no era su familia, sino una familia en la que ella estaba de paso. Por eso, un año y medio después de tener papá, mamá, hermanas y cole nuevo, a María le dieron la noticia. “Hemos hablado con tu psicóloga y nos ha dicho que, para que no nos cojas tanto cariño y luego no quieras ver a tus padres biológicos, es bueno que vivas con otra familia. ¿Qué te parece?”.
María dijo que, si tenían perro, le parecía bien. Y tenían perro. Así que empaquetó sus cosas, fue al punto de encuentro, pasó un día de adaptación con la nueva familia y empezó a llamar mamá a una nueva mamá.
Los de las carpetas
Todo fue bien durante un par de años. Le gustaba el nuevo cole, sus hermanos, de 23 y 18 años, eran como unos segundos padres y sus padres le daban el cariño que necesita una niña de ocho años. Le aburría tener que salir corriendo de una función de teatro del cole para ir al punto de encuentro a ver a su madre biológica #-que en las tres veces que pidió cita para ver a María siempre dio plantón- o a su padre, un hombre del que solo recordaba gritos y brazos alzados y al que no tenía interés alguno en conocer. Le aburría eso y no poder coger aviones ni salir de España por estar su patria potestad en manos de sus padres -los biológicos- y no en manos de sus padres -los de acogida-.
Todo fue bien hasta que, una noche de invierno, la policía despertó a su padre para comunicarle que su mujer, que había salido a cenar con unas amigas, había sido atropellada. Papá y ella fueron corriendo al hospital donde les dieron la noticia. Mamá había muerto. Un mes después se murió también el perro y dos meses más tarde los servicios sociales - “qué gilipollas son los que deciden. No tienen ni idea. Detrás de sus mesas e informes juegan a ser Dios y a darnos oportunidades. Habría que verlos a ellos en mis zapatos”- consideraron que el hogar de María, con un padre medicado por depresión tras la muerte de su mujer, ya no era adecuado para ella. Daba igual que los hermanos de María estuvieran dispuestos a asumir la guarda de la niña en sustitución de su padre e incluso a cambiar su trabajo y volver a Madrid para estar con ella. Ese hogar ya no era hogar.
María volvió a empaquetar su vida en dos bolsas y bajó al portal donde esperaban “los de las carpetas”. La llevaron de nuevo a la residencia porque con catorce años son muy pocos los niños que encuentran una familia de acogida. “Me alegré de volver a la resi. Estaba cansada de papás, mamás, hermanos, abuelos, amigos de los papás... total, ¿para qué?”.
Y allí vivió, con educadoras y vigilantes de seguridad, con directoras y psicólogos, hasta que cumplió dieciocho años.
La de María es una historia ficticia basada no en uno, sino en una multitud de hechos reales que la psicóloga y experta en atención a colectivos desfavorecidos Gema Theus ha llevado al papel en Este no es lugar para ti (Acidalia), donde aborda la difícil situación de los menores institucionalizados.
Viene... y se va
Además de su experiencia profesional, Theus aporta la vivencia personal de haber sido, ella misma, madre de acogida de un pequeño de cuatro años del que un año después tuvo que separarse para no volver a saber nada más - “se prohíbe todo contacto entre la familia de acogida y el niño”-.
Su marido y ella comenzaron un proceso de acogimiento familiar con la mente puesta, en realidad, en la futura adopción del niño. Hoy aconseja a quienes se planteen la posibilidad de la acogida - “una experiencia enriquecedora y llena de momentos preciosos”- que asuman primero el carácter temporal de la presencia del niño en sus vidas - “tener claro que el niño viene, y se va. Si no, mejor que no inicien el camino”-.
Porque, dice, las leyes en España son confusas en este sentido. Existe, por un lado, el acogimiento temporal, que se produce cuando las circunstancias vitales de unos padres les impiden cuidar de su hijo por un tiempo. Entonces la Administración asume la tutela del niño y cede la guarda a una familia de acogida. Subsanada la circunstancia concreta -adicción, problemas legales...- y siempre que se considere que el menor estará bien cuidado, la tutela y guarda retorna a los padre biológicos.
El acogimiento permanente, en cambio, se da cuando las circunstancias de la familia biológica imposibilitan el cuidado del menor durante un periodo prolongado y este tipo de acogimiento se entrecruza con el denominado acogimiento preadoptivo, que puede desembocar en la asunción de la tutela y patria potestad por parte de los padres de acogida.
Puede ser así o puede ocurrir que, después de cinco, seis o siete años de convivencia con la familia de acogida, el niño sea devuelto a sus padres biológicos. La ley, en España, protege hasta el final la patria potestad de la familia inicial y, salvo renuncia expresa de los padres biológicos, el niño siempre acabará con su progenitor.
¿Alguien conoce al niño?
Como la protagonista, esos niños pierden -o nunca tienen- las referencias. No tienen sentimiento de pertenencia y se resisten a querer, de verdad, a una familia que, tarde o temprano, puede abandonarles. Porque abandono y soledad es lo que sienten ellos cuando comprueban que, quienes un día fueron sus padres, no vuelven a contactar con ellos -los niños no saben que así lo establece la ley-.
Leyes que tampoco admiten contacto alguno entre la madre de acogida y la madre biológica. “¿Por qué si las dos tienen claro que el niño no estará más que un tiempo con la familia de acogida?”, se pregunta Theus.
Ella, a favor del acogimiento temporal - “todo el mundo tiene derecho a equivocarse y a levantarse”- cree sin embargo que, pasado un año como máximo de ausencia de los padres biológicos, el niño debe ser adoptable por otra familia, con todo lo que eso supone: poder dejarle herencia, poder viajar al extranjero con él, cambiar de país si surge un puesto de trabajo, nombrar a un tutor en caso de fallecimiento de los padres... un hijo con todas las letras.
Hijos que, además, tienen unas peculiaridades concretas con las que los padres tienen que saber lidiar. Theus recuerda llegar a la residencia y ver a un pequeño de cuatro años abrazado a su pierna llamándola mamá. “Eso te emociona, pero detrás hay mucha picardía”. Explica que esos niños compiten entre ellos por ver quién encuentra primero una familia, sueñan con llamar a alguien mamá, aun sin saber muy bien qué significa eso, y saben perfectamente cuándo dar un beso, cómo generar pena, con quién llorar... son niños, al fin y al cabo, que han aprendido a manipular sentimientos para sobrevivir. Y llega un momento, generalmente en la adolescencia, en que sueltan eso de “tú a mí no me mandas porque no eres mi padre de verdad”. ¿Respuesta? Aguantar el pulso y afianzar la autoridad del padre de acogida o adoptivo porque lo que el niño pide, en ese momento, es una reafirmación de su pertenencia a esa familia. Quiere saberse parte de ella.
Teniendo en cuenta que España se sitúa, tal como anunció la ministra de Sanidad y Política Social, Leire Pajín, a la cabeza de Europa en número de niños institucionalizados -en 2009 se dictaron 9 000 medidas de acogimiento residencial- y que la Administración apuesta por invertir esta tendencia y favorecer la estancia del niño en una familia - “el ambiente más favorable para el desarrollo de los menores”-, parece necesario repensar el sistema de acogimiento familiar.
Los técnicos, explica Gema Theus, actúan con la mejor de las intenciones, pero muchas veces son demasiados y están muy alejados. En ocasiones los encargados de justificar y decidir el destino de un niño son personas muy jóvenes, quizá sin la perspectiva adecuada para valorar las consecuencias de un cambio de familia; otras veces trabajan en organizaciones no gubernamentales que colaboran con la Administración en estas cuestiones; pasa el tiempo y la persona que estudió un caso se ha cambiado de trabajo a otro con mejor sueldo y pasa la carpeta al técnico siguiente. “Al final hay mucha gente hablando sobre un niño y te dan ganas de preguntar: ¿pero alguien conoce al niño?”.

http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/sociedad/no-le-digas-que-me-llamas-mama-20111111