Renfe denuncia el agujero económico que causan los vándalos. Detecta un gran aumento de pintadas en trenes
Los grafiteros se están cebando con los trenes pero Renfe ha declarado la guerra a los chicos del spray. La compañía pública se gasta, solo en Madrid, cerca de 8.300 euros diarios (millón y medio de las antiguas pesetas) en limpiar los vagones que los gamberros ensucian desde las vías. En total, y al final del año 2010, fueron 3 los millones de euros que costó adecentar las 635 pintadas y grafitis que se produjeron, el mismo periodo, en la red ferroviaria dentro de la comunidad madrileña.
Los cálculos, en el conjunto de toda España, son para echarse a temblar. A la vista de los datos de ese mismo año, el patrimonio de la empresa fue «grafiteado» en 2.336 ocasiones, lo que supone algo más de 6 pintadas al día. Hubo, en 2010, 66 grafitis más que en 2009 (crecimiento del 2,9%), cifra bastante inferior a las de años previos: 3.255 en 2008, por ejemplo.
El número de metros cuadrados pintarrajeados se redujo, no obstante, en un 7,7% «gracias —aseguran fuentes de Renfe— a la rápida actuación de los vigilantes y de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado». La compañía calcula que estos datos causaron a Renfe un perjuicio económico de más de 9,5 millones de euros, es decir, unos 26.000 euros al día. La mayor parte de los grafitis se producen en los trenes y servicios de Cercanías aunque ya comienzan a ser «significativos» los daños en los trenes del AVE.
El mal no acaba con «decorar» de mala manera los trenes. Además de dañar la imagen de los vagones, el hecho en sí acarrea molestias, inseguridad y peligros a los pasajeros porque los vándalos no se conforman con sacar sus botes de pintura sino que, en demasiadas ocasiones ya, tiran del freno de emergencia y provocan un parada brusca, de sopetón, que puede producir caídas inesperadas, golpes y, en definitiva, alteraciones en la correcta prestación del servicio.
Piedras contra el conductor
El procedimiento preferido por los grafiteros es el de estampar su «arte» cuando el tren ya ha parado en una estación. En algunos videos grabados por cámaras de seguridad se ve perfectamente cómo los gamberros bajan del andén a la vía y comienzan a dar rienda suelta a sus aerosoles mientras el tren está detenido. Uno, dos, tres... hasta seis jóvenes se regodean de su proeza en la estación de Majadahonda. Cada uno ensucia en un color distinto.
«Trabajan» rápido. Lo importante es dejar su sello. Al tiempo de irse, porque el tren arranca, se permiten, incluso, arrojar los botes y alguna piedra contra la ventanilla de conductor. Muchas risas y ademanes de victoria entre ellos.
Caza y captura en la vía
En la estación de Cercanías Zarzaquemada, la grabación pone los pelos de punta: llega el tren. Para. De inmediato, en medio de la vía, aparece un grafitero. Está tranquilo. No mira hacia ningún lado. No debe temer a nada ni a nadie. De repente, saca su spray y empieza a pintar el vagón. La alegría le dura poco. Al instante, varios agentes de seguridad de lanzan hacia él. Quiere escapar y huye a través de las vías. Los agentes le dan caza y logran echarle al suelo. Todos están en medio de la vía. Los viajeros, en el andén, muestran un semblante desencajado y miran hacia un lado y hacia otro por temor a que se acerque otro tren, en la dirección contraria, que les puede arrollar. No viene ninguno. Esta vez ha habido suerte. El grafitero es reducido y llevado a comisaría.
La pintura que se utiliza suele ser ácida y de secado rápido, lo que provoca que al limpiarla se destruya la película de protección antigrafitis que llevan los vagones. «Así —indican responsables de Renfe—, la superficie exterior queda indefensa ante próximas pintadas. Todo ello afecta a la pintura y a la chapa del tren. Es un daño grave porque es muy costoso».
Y hay, para qué negarlo, otros daños colaterales. Lo normal, tras una pintada, es que se rompa la programación diaria de los trenes. Se producen inevitables retrasos que, incluso, pueden impedir a un pasajero realizar a tiempo su trasbordo. Mucho más importantes, y preocupantes, son los riesgos físicos y psíquicos a los clientes. «Activar el freno de emergencia no es ningún juego. Está para lo que está. Hay que concienciar a la sociedad, a jueces y fiscales de que hacer grafitis en los trenes causa muchos daños, además de los económicos», insisten en la empresa.
Una advertencia a los grafiteros que beben los vientos por los trenes: en 2010 se celebraron 14 juicios por grafitis contra el patrimonio de Renfe. En ellos estuvo siempre presente un técnico para aportar su evaluación de los daños y el coste de la limpieza. Ese mismo año, Renfe obtuvo 100.000 euros por cobro de indemnizaciones a cuenta de las pintadas. Están seguros que el balance de 2011 reflejará un aumento de las sentencias favorables porque «a ello también contribuye el nuevo Código Penal», indican fuentes oficiales.
La batalla sancionadora se va ganando. Todavía queda guerra. Si las multas no son del todo persuasivas, Renfe intenta que a los grafiteros se les someta a juicios rápidos.
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