“Yo sé que cualquier persona a la que le cuente mi historia va a pensar que estoy loco pero le puedo decir que me siento perfectamente bien. Yo entiendo, por ejemplo, que los señores de la Fiscalía se rieran cuando empecé a contarles mi historia el domingo en la noche”.

Se llama Orlando Guerrero Gómez, tiene 52 años y es carpintero. Es el mismo hombre que intentó cortarle la cabeza al monumento del Papa Juan Pablo II en el Parque Simón Bolívar.

Ese día había cortado la mitad de la cabeza, cuando el ruido estridente de la segueta arañando el bronce de la estatua alertó a los vigilantes, quienes a eso de las 11:30 de la noche hacían un recorrido inusual por el parque. En minutos llegó la Policía, empezaron las preguntas. Después lo llevaron al complejo judicial de Paloquemao y siguieron los interrogatorios.

La versión fue la misma: Dios lo había enviado a cumplir una misión: entregarle un mensaje a la iglesia católica para que impulse la destrucción de la idolatría en el mundo.

El lunes lo dejaron libre. A Guerrero poco le importa que en el barrio Bello Horizonte en la localidad de San Cristóbal ya sepan que fue él quien escandalizó a la ciudad intentando decapitar al Papa y que su mamá y su hermana, con quienes vive, no sepan qué explicación dar a los vecinos. Tampoco le interesa el proceso que puede empezar a cursar en su contra por daño a un monumento histórico. Guerrero está convencido de su misión y la reitera como si se tratara de un asunto de vida o muerte.

En cuando al ataque de la estatua, en una calma pasmosa confiesa todos los detalles como si se tratase de un asunto menor: “ yo estaba esperando una señal, y llegó con un noticiero en el que anunciaron que habían puesto una estatua del Papa en el parque. Ahí supe que había llegado el momento. El sábado de la semana pasada compré la máscara de la película Scream que iba a ponerle a la estatua y el miércoles fui a la a calle 74 con Caracas y compré una escalera y una segueta”.

Interrumpe la historia para volver a hablar de su misión. Cuenta que desde 1991 se dedicó al estudio de la Biblia y a su interpretación. Desde entonces, Dios se le aparecía “cubierto con un manto blanco”, y le repetía que su hora llegaría cuando el Papa Juan Pablo II muriera. En tantos años, entre sus estudios casi obsesivos del libro, también tuvo tiempo para seguir haciendo trabajos en madera en una pequeña carpintería ubicada en su casa.

Según Guerrero, la estatua de 2.60 metros que fue inaugurada el pasado 22 de octubre como un homenaje al Sumo Pontífice, por cumplirse los 25 años de su visita al país, era la indicación que estaba esperando. “Al parque llegué en bus como a las 8:30 de la noche, por la entrada de la calle 63, corté el alambrado con una cizalla y entré sin que nadie me viera. Llegué al templete usando la escalera y empecé a cortar, pero fue ese ruido -que hasta a mí me produjo terror- lo que alertó a los vigilantes”.

Mientras ayer en la mañana, el administrador del templete empezaba a instalar un sistema de seguridad y mayor iluminación al lugar para evitar un nuevo ataque, Guerrero desde su casa, insiste en que no se quedará con los brazos cruzados. “Esta vez no pude pero voy a seguir insistiendo a la iglesia para que me escuche”.



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