Repentinamente, en las parcelas y urbanizaciones en las que se veía un movimiento constante de obreros, camiones, excavadoras y grúas, ahora sólo quedan las máquinas paradas, y en algunas este anuncio: “Vigilantes gitanos”.
Se da a entender que algunos clanes tienen vigilantes contundentes que quizás hayan impuesto su presencia con métodos gangsteriles.
Pero no todo empieza siendo perfecto: algunos de los primeros guardias civiles reclutados por el duque de Ahumada al fundarse el Cuerpo en 1844 eran antiguos bandoleros, no peores que los que hay ahora en los poblados gitanos en las afueras de pueblos y ciudades.
Aunque hay una enorme masa de gitanos españoles desconocida, de la que se habla poco, viviendo de profesiones honorables, que reciben el respeto de quienes los conocen; y hay otros tan integrados que nadie sabe que lo son hasta que ellos lo señalan.
Pero, reconozcámoslo, hay también un porcentaje de miembros de esa etnia que es delincuente y cuyos antepasados quizás no lo fueron porque vivían como chamarileros, chatarreros o traperos a los se ha ido dejando sin medios de supervivencia.
Los gitanos eran los primeros y grandes recicladores que había en zonas urbanas. Y los ayuntamientos los han echado: en lugar de ayudarles a modernizar su actividad le dieron esos negocios a las hermanas Koplowitz y empresarios parecidos. Ahora los multan –Madrid con 750 euros—si se anticipan a las empresas de recogida.
A muchos ya no les queda de qué vivir, y si había un grupo social que necesitaba apoyo institucional para su propio reciclaje era ese, pero ni derechas ni izquierdas quiso verlo. “Vigilantes gitanos”, avisan muchas obras. Grandes empresas de seguridad nacieron con métodos mafiosos y con el tiempo se volvieron honorables. Aquí falta un duque de Ahumada
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