El Arzobispado de Santiago paga dos pólizas para cubrir riesgos "singulares" de la seo
En un año normal y corriente, de ésos como éste que no son santos, en la catedral de Santiago entran 2,5 millones de visitantes. En los días de mayor avalancha, pueden pasarse a contemplar el botafumeiro y el Pórtico de la Gloria, andamio mediante, entre 23.000 y 26.000 personas. A veces, visitar esta meca de Occidente puede convertirse en un deporte de riesgo, y también el patrimonio artístico peligra ante el interminable trajín. No hay compañías de seguros que quieran hacerse cargo de un foco tan imprevisible como éste. Por eso en 1981 la Iglesia española constituyó su propia mutua, UMAS, que ofrece todo tipo de pólizas pero está especializada en catedrales, obispados, santuarios, parroquias y rectorales, además de congregaciones religiosas, colegios y residencias.
UMAS da cobertura a todas las basílicas del Estado, pero ninguna otra sufre el ritmo de visitas de la compostelana. Desde la sede central de Madrid, la mutua reconoce que la póliza tiene en cuenta los años especiales y las "concentraciones específicas", como las que se producirán durante el Xacobeo 2010. Pero, apelando a la "protección de datos", no revela ni la prima que se prepara para pagar el año que viene el Arzobispado ni hasta dónde alcanza la cobertura de daños contratada por la catedral de Santiago. Lo máximo que llega a decir es que se trata de una póliza "muy singular" y "específica", y que las catedrales "suelen estar bien aseguradas". Cuando el siniestro es un "hecho extraordinario", algo así como un incendio grave o el hipotético atentado de Al Qaeda que sobrevuela la imaginación de los compostelanos cada 25 de julio, es el Consorcio de Seguros el que paga.
Este año se cambió el pararrayos de la Berenguela, pero hasta ahora, las tormentas se cebaban en la catedral. Los rayos han dañado adornos de piedra de las torres y han causado incendios. En estos últimos años, la catedral ha sufrido dos sucesos de este tipo, prácticamente seguidos, que dejaron inutilizable el sistema eléctrico "de la basílica, de la curia y del archivo". La reparación, según fuentes de la mutua, costó 1,2 millones de euros que asumió UMAS. La aseguradora también tuvo que indemnizar a una turista que se rompió una pierna tras tropezar y caer en el interior del templo. La mujer se querelló y ganó.
La catedral tiene un seguro de responsabilidad civil que cubre los daños sufridos por los visitantes y otro de los llamados "multirriesgo". UMAS ha hecho una tasación "estimada" del inmueble y de su contenido y ha valorado unos peligros genéricos, pero los reales son muchos más, según explican fuentes del arzobispado y del cabildo catedralicio. Sólo el botafumeiro, el objeto que despierta más expectación entre el público, entraña unos cuantos riesgos.
Según el canónigo portavoz del Cabildo, José Fernández Lago, muchas personas apenas esperan a que el tiraboleiro mayor frene el movimiento del incensario para acercarse y tocarlo. El botafumeiro es un fetiche, igual que el Santo dos Croques que ahora está vetado. Pero, dentro, las brasas todavía están incandescentes, y el latón bañado con dos kilos de plata "puede quemar". Además, cuando los turistas lo tocan, "pueden llegar a desestabilizarlo", algo inconveniente para el vuelo. A este desequilibrio contribuyen también las personas que, aprovechando momentos de vacío, generalmente a la hora de comer, sacan disimuladamente del bolsillo una navaja y cortan cabos de la maroma de la que pende el botafumeiro, que suele quedar amarrada a una columna del crucero.
En realidad, los siniestros causados por el brasero de 62 kilos, que en su vaivén alcanza una velocidad punta de 82 kilómetros por hora, fueron más bien escasos a lo largo de su historia. Sólo están documentados cuatro accidentes, algunos de ellos con descalabrados, pero ninguno con víctimas mortales. El primero, el día de Santiago de 1499: se rompieron las cuatro cadenas que sostienen la naveta del incienso y el botafumeiro salió disparado, aplastándose contra la puerta de Platerías. El segundo siniestro aconteció el 23 de mayo de 1622: el botafumeiro (otro distinto del anterior y también diferente del actual) se vino abajo de repente, en caída vertiginosa, sobre los tiraboleiros. Los otros dos sobresaltos ya los dio en la segunda mitad del siglo XX, aunque no hay constancia escrita. Sólo los guarda en la memoria el tiraboleiro mayor, Armando Raposo, y ya no recuerda las fechas. Una vez, el aparato golpeó a un acólito que bajaba del altar y le fracturó tres costillas. La otra, el bólido, que ya enfilaba el aterrizaje, se le estampó en la cara a un alemán y le rompió la nariz.
Según Fernández Lago, otra de las amenazas cotidianas son los hurtos. "Ahora, lo de verdadero valor está a buen recaudo, en una caja fuerte, pero la gente se lleva libros como recuerdo y otros objetos, como la concha de madera que usábamos para señalar en qué lado del altar mayor se sentaba el coro cada semana", cuenta. "Algún día llegaron a desaparecer 40 monederos", y "hasta que empezó a vigilar Prosegur había varios habituales, como El Portugués, que saqueaban los cepillos con un imán o un alambre" y mucha paciencia.
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