¿Quién ha condenado a Ayose?
José Juan Sosa Rodríguez
Con la intención de avisarle al vigilante de seguridad para que abriera la puerta de acceso a los calabozos de los juzgados, el conductor del furgón celular hizo sonar brevemente la sirena de su vehículo. En el interior del automóvil y escoltados por varios policías, unos chicos, casi adolescentes, viajan desde el centro penitenciario provincial de Salto del Negro hasta el edificio de los Juzgados de la ciudad de Telde, donde por enésima vez serían juzgados por alguno de los muchos delitos que adornaban sus cortas pero intensas carreras delictivas.
Compartiendo las esposas con otro compañero, Ayose fue el primero de los muchachos en apearse del furgón policial y recorrer la corta distancia que lo separaba de la celda donde debía esperar hasta que comenzara la vista, en el que se juzgaría uno de sus muchos delitos. Aunque todavía no había cumplido veinticinco años, la falta de aseo personal, su semblante adusto y la vestimenta que llevaba hacían que Ayose aparentara mucha más edad.
Cuando Ayose nació nada hacía suponer que, con el discurrir de los años, el muchacho fuera carne de presido; nada anormal se produjo en su nacimiento, ni tan siquiera la conjunción de los astros ni otras zarandajas preveían que el muchacho se adornara con un currículum tan delictivo.
Pero, a los pocos años de su nacimiento, nuestro protagonista aprendió que para conseguir algo de sus padres sólo era necesario coger una perreta. Así, ‘para que se callara y no diera más la lata’ sus progenitores fueron fomentando en él un comportamiento agresivo, como medio para lograr objetivos. Más adelante, con cinco o seis años, se dio cuenta de que la única forma de llamar la atención de los mayores era hacer alguna que otra trastada, aunque ello conllevaba aparejado una reprimenda; este comportamiento también le sirvió en la escuela para captar la atención del maestro y la admiración de sus iguales. A los doce años Ayose cometió su primera falta, al quemar una papelera que estaba junto al colegio. Aquella ‘hazaña’ fue admirada por sus iguales, negada por sus padres y soslayada por la autoridad; es decir, que, mientras nuestro protagonista fue reforzado positivamente por sus iguales, su primera conducta antisocial no fue corregida por los responsables de hacerlo.
Mientras que sus padres estaban preocupados por ‘otros asuntos de más importancia’, el absentismo escolar, el consumo de sustancias prohibidas y la comisión de múltiples faltas comenzaron a ser conductas normales en nuestro protagonista, recibiendo por ellas, como siempre, el refuerzo positivo de sus iguales, la negación de sus padres y la pasividad de las autoridades.
Antes de cumplir su mayoría de edad Ayose cometió el primer delito, por lo que fue detenido. Por primera vez el muchacho sufrió en sus carnes las consecuencias negativas de la conducta antisocial que llevaba practicando durante algunos años. Con una multa a sus padres se zanjó aquel primer episodio delictivo. Ahora, que habían tenido que rascarse el bolsillo, ahora sí que sus progenitores se hacían las preguntas imbéciles que se hacen todos los que descuidan la educación de sus hijos -¿a quién coño sale este jodido chiquillo’? o ‘es que lo lleva en la sangre’ – dando entender que el comportamiento antisocial viene más afectado por su carga genética y menos por la mala educación que le han dado a su hijo. Craso error de los que piensan así, pues el determinismo genético en el comportamiento humano siempre estará subordinado al ambiente donde se desarrolla el individuo.
El resto de la historia de Ayose es fácil de adivinar: delitos tras delito y condenas tras condenas. Pero, estimado lector, ¿quién cree usted que ha condenado a Ayose?
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