El bebé había sido para ellos como un regalo del cielo. Y, aunque inicialmente temieron que no fuera percibido así por el perro de la familia, esos miedos resultaron infundados. Porque el peludo y pequeño animal (apenas cuatro kilos, de raza indefinida) pareció interpretar que se le había encomendado la misión de proteger al nuevo ser humano que acababa de destronarle y de convertirle definitivamente en un segundón. Desde el primer momento intentó dormir a los pies de la cuna, no perdía de vista a la recién llegada criatura, y sobre todo intentaba desesperadamente propinarle algún cariñoso lametón en el pie cada vez que sus amos se despistaban. Un día les visitó un conocido (viejo amigo de la madre y, por ello, se suponía que de confianza) en uno de esos gestos de cumplido que se hacen en las ocasiones en que una familia aumenta. El perro, aunque le conocía, se puso extrañamente tenso, algo que nunca le había ocurrido hasta entonces con nadie. De improviso, el conocido -pidiendo permiso previamente- tomó en brazos al bebé. Cuando el perro observó la maniobra se lanzó enfurecido, rugiendo como un diminuto león, contra el incauto visitante. Éste, que se llevó un considerable susto, sólo se libró de una dentellada a la altura del tobillo porque el can fue interceptado en el último instante por su dueño que, extrañado, trató de calmarlo. ¿Que pasó por la cabeza del animal en ese instante? Es fácil imaginarlo: una sensación de peligro, no para él, sino para el bebé. Lo curioso es que, tanto antes como después de esa visita, otros conocidos cogieron en brazos a la criatura. Pero el perro, aunque siempre vigilante, nunca se inmutó: al parecer, ni antes, ni después, temió por la seguridad de "su" bebé. Con el paso de los años, aquel viejo conocido de la familia que tan pocas simpatías despertó en el animal, se reveló -por muchos motivos- como un auténtico indeseable. ¿Tendría el perro capacidad para distinguir -a través de su primitiva intuición- a las buenas de las malas personas, o había sido simple casualidad? Evidentemente, nunca lo sabrían.

Un día, el excelente profesional y mejor persona Toni Colom, veterinario solleric, al exponérsele esa anécdota y otras peculiaridades del animal (muestra de la viva inteligencia del perro, de su probada capacidad para comprender un amplísimo vocabulario sin haber sido adiestrado para ello, etc.), lo explicó de forma tan escueta como acertada: "es uno de esos individuos". Es decir, uno de esos perros que destacan entre sus casi siempre admirables congéneres, no sólo por el instinto de proteger y dar infinito afecto a quienes consideran su familia humana, sino por su especial capacidad intelectiva y de empatía.
Cuando se intentan explicar relaciones entre humanos y perros como la expuesta (algo recreado con extraordinaria sensibilidad por Paul Auster, mediante su "Míster Bones", en Tombuctú), algunos lo consideran directamente como un tema propio de frikis. Otros, en cambio (normalmente quienes han tenido la suerte de compartir unos años de vida con un perro), lo comprenden plenamente. Lo que yo me pregunto ante esas experiencias es en qué proporción influyen en las habilidades y carácter de un perro adulto, por un lado, la combinación genética de cada ejemplar, y, por otro, el trato que se les haya dispensado desde pequeños.
Porque hace unos días el Diario de Mallorca publicó una noticia sobre la brutal paliza (patadas, puñetazos, y violentos lanzamientos del animal contra el suelo) que un hombre le estaba dando a un cachorro ¡de sólo cuatro meses! en su balcón sito en una calle de Palma. Alguien con conciencia le denunció. Cuando la policía se personó en su puerta y le pidió explicaciones, el sujeto contestó que el cachorro se había orinado y defecado en la casa, y preguntó que "a ver si no iba él a poder pegarle a su perro". Al parecer los agentes observaron que el animal (que no disponía de cartilla, ni del obligatorio chip identificador), asustado, cojeaba ostensiblemente.
La pregunta que a uno se le viene a la cabeza así, a bote pronto, es: ¿cómo puede un tipo de esa catadura convertirse en propietario de un cachorro? Pues nada más fácil. Debemos ser conscientes de que la actual legislación exige para la compra de un perro los mismos requisitos que se necesitan, por ejemplo, para adquirir un filete en una carnicería: tan sólo dinero. A partir de ahí, no existe ningún control legal efectivo (al menos, de oficio) sobre la idoneidad del propietario o las futuras condiciones de vida del animal. Esta es la triste realidad. Detalle interesante es que el cachorro apaleado era de una de esas razas consideradas "peligrosas". Ahora bien, a la vista del trato que algunos amos les dan a sus perros ya desde pequeños, habría que analizar el motivo por el que, de adultos (si sobreviven), esos animales son agresivos. Porque incluso un ser humano sometido desde niño a sistemático maltrato físico y psicológico tiene muchas posibilidades de desarrollar una personalidad antisocial y violenta. Por tanto ¿qué podemos esperar de un simple perro?
De hecho, ante noticias como la reseñada, lo que habría que plantearse es si realmente peligrosos son los perros de ciertas razas, o más bien algunos de sus propietarios. Auténticos energúmenos.

http://www.diariodemallorca.es/opinion/2011/05/25/individuos-energumenos/672811.html