Las constructoras del AVE vasco habían minusvalorado el riesgo de
atentados personales y descuidado la protección de sus principales
ejecutivos
«Pánico». Éste es el término que define con mayor precisión el
sentimiento que se adueñó ayer de los máximos responsables y directivos
de las empresas constructoras que trabajan ya o están a punto de
hacerlo en el trazado del Tren de Alta Velocidad. El asesinato de
Ignacio Uría ha traspasado todos lo límites de lo que podían esperar,
en un proyecto que se sabía «complicado», colocado en el centro de la
diana de ETA y en el que, además, se han sentido un tanto desamparados
por la Administración, en especial por el Gobierno vasco.
El asesinato de ayer supone un evidente salto cualitativo. «Habíamos
asumido -apunta el directivo de una de estas constructoras- que los
equipos corrían riesgo, porque los sabotajes, con mayor o menor
repercusión, eran continuos. Tras el atentado contra la sede de
Amenabar, además, habíamos tomado conciencia de que todas las
instalaciones de las empresas relacionadas con las obras eran un
objetivo. Ahora bien, lo que nos habíamos negado a admitir era que la
vida de los dueños o de los directivos de las compañías estaba
realmente en peligro y que debíamos pensar en vivir pegados a un
escolta. No estamos preparados para ello».
En el seno de estas compañías se ha vivido un proceso
extraordinariamente duro. Cuando comenzaron los sabotajes a la
excavadoras recibieron la 'recomendación' de guardar silencio. Alguna
mente del Gobierno vasco había diseñado una estrategia basada en el
dudoso principio de que cuando no se habla de un problema éste
desaparece. Lejos de hacerlo, el diapasón comenzó a subir de tono y
apareció amonal -un explosivo utilizado habitualmente por ETA- en el
atentado contra unas excavadoras y empezaron, lo reconocen sus
responsables, «a sentir miedo». Un miedo que inmediatamente se vio
mezclado con buenas dosis de indignación, porque el mensaje que
recibieron las empresas de la Administración vasca en aquellos momentos
fue algo desconsiderado: «si queréis podéis retiraros. Lo haremos con
otras empresas».
Tras el 'patinazo' oficial del Gobierno vasco el pasado verano, al
restar trascendencia al atentado contra la sede de la constructora
guipuzcoana Amenabar en Zarauz, las llamadas de atención del Ejecutivo
de Vitoria a la decena de empresas que han recibido alguna de las
adjudicaciones de las obras del tren han sido constantes. Desde el
pasado verano, el reforzamiento de las medidas de seguridad en sus
oficinas, de forma más o menos improvisada, es más que evidente. Es el
caso de la constructora vizcaína Fonorte, que no ha dudado en poner
unos bloques enormes junto a la fachada de sus instalaciones, para
impedir el aparcamiento de vehículos y con ello la colocación de un
coche-bomba.
En los últimos días, además, el Departamento de Interior había
redoblado sus esfuerzos y ante la sospecha de atentados inminentes de
la banda terrorista había aconsejado a los empresarios la contratación
de escoltas. Bien es verdad que con escaso éxito.
Costumbres
Hay que entender las características de muchas de estas pequeñas
empresas constructoras del País Vasco, para comprender también la
reticencia a poner un escolta en sus vidas. En su mayoría, corresponden
a empresarios que han creado sus compañías de la nada; acometiendo
pequeñas obras para crecer más tarde de la mano de alianzas con firmas
nacionales, pero que mantienen sus oficinas en los pueblos donde
nacieron para seguir aferrados a una peculiar forma de vida: los
amigos, las aficiones y las costumbres «de siempre», en la que a duras
penas encaja un escolta.
También hay diferencias en los medios que se pueden poner al servicio
de la seguridad. Así, alguna de las grandes constructoras nacionales
había puesto en marcha desde hace ya algún tiempo un sistema de
rotación de equipos de dirección de obra. Quince días en el tajo del
tren y quince en otro proyecto, con el objetivo de romper las rutinas y
ganar así en la seguridad personal. Pero esa rotación, advierten, «es
prácticamente inviable para las pequeñas constructoras del País Vasco,
porque no tienen tantos especialistas como para abordar un sistema de
trabajo de este tipo».
'Problemas de seguridad' es sinónimo de intranquilidad pero también de
aumentos de costes y de reducción del margen de beneficio. «No teníamos
suficientes problemas como para encima añadirle este desastre»,
apuntaba ayer un alto directivo de una de estas constructoras.
http://www.eldiariomontanes.es/20081204/nacional/destacados/empresas-sienten-panico-20081204.html